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¿Es la identidad nacional un conveniente mito?

En el debate cargado de acrimonia en torno a las consecuencias de la globalización, novelistas y artistas tienden a estar en las filas de quienes no ven nada bueno en ese fenómeno. La globalización, es el argumento más usual, está asfixiando al mundo con insípidos programas de la televisión estadounidense, películas hechas en Hollywood cargadas de violencia, música popular cantada en inglés y malas traducciones de comedias o dramas sin contenido alguno. Entretanto, las tradiciones artísticas locales y las voces linguísticas y culturales propias son echadas a un lado.

Mario Vargas Llosa, el escritor peruano que fue candidato a la presidencia de su país, no está de acuerdo con ese punto de vista. En una conferencia que ofreció en la sede del BID en Washington, D.C., en septiembre pasado, Vargas Llosa defendió sin ambages la globalización, tanto a sus consecuencias económicas como, más inesperadamente, a sus efectos en la cultura.

Citando las demostraciones de protesta en ocasión de la reunión en Seattle de la Organización Mundial de Comercio, Vargas Llosa denunció lo que considera contradicciones e hipocresías de los opositores activos a la globalización. El escritor puntualizó que en Seattle fueron los países en desarrollo — no los industrializados — los más vigorosos partidarios de mayores reducciones en las barreras comerciales, especialmente de los aranceles que obstaculizan la entrada a Europa y EE.UU. de los productos agrícolas y manufacturados que buscan exportar. Según Vargas Llosa esa postura no era una casualidad. Se debía, sostuvo, a una creciente noción en los países en desarrollo de que las históricas políticas de nacionalismo económico, proteccionismo y substitución de importaciones los dejaron "empobrecidos y marginalizados".

Vargas Llosa afirmó que la globalización ha beneficiado a miembros de casi todos los grupos que protestaron en Seattle. La mayoría de los jóvenes que cometieron actos de vandalismo durante la reunión de la OMC, por ejemplo, pertenecen a familias de clase media que adquirieron más confort económico gracias a la efervecente economía de Estados Unidos. De la misma forma, Vargas Llosa se preguntó cómo pueden denunciar los sindicatos estadounidenses la supuesta fuga de empleos locales a países en desarrollo cuando el desempleo en el país está en los niveles más bajos en 30 años y el salario real crece con firmeza. Oponiéndose a la inversión extranjera en las economías emergentes, los sindicatos "están luchando, de hecho, contra el progreso de las clases trabajadoras en países pobres", aseguró. Eso revela lo que describió como una "visión egoista y nacionalista del desarrollo".

Aunque la simpatía de Vargas Llosa por la economía de mercado libre es ampliamente conocida en América Latina, su apoyo a una cultura globalizada puede todavía provocar ciertas reservas. Vargas Llosa no disputa que las barreras espaciales y temporales que tradicionalmente mantuvieron aisladas a las culturas locales están siendo socavadas y reconoce que como resultado algunas formas tradicionales de expresión desaparecerán. El mundo en el siglo XXI será indudablemente "menos pinturesco, menos teñido de color local, que el previo", dijo. Pero este proceso se debe a la modernización y la globalización es un efecto de la modernización, no su causa, sostuvo. Lo que es más importante, agregó, es que la globalización abre un abanico de oportunidades para toda la sociedad y se puede pensar legítimamente que esos beneficios compensan sobradamente las pérdidas culturales. A pesar de lo que dicen los líderes intelectuales y los defensores del tradicionalismo, la mayoría de las sociedades abrazan rápidamente los frutos de la globalización si tienen oportunidad de hacerlo, apuntó. Ese no sería el caso si la gente tuviera la certeza de que la globalización les hará daño, dijo.

Vargas Llosa cuestionó asimismo la idea de que la globalización amenace una "identidad nacional", frecuentemente invocada por quienes se oponen al fenómeno. Este concepto, sostuvo, es "una ficción ideológica" que sirve los intereses del nacionalismo pero tiene poca substancia empírica o histórica. Vargas Llosa recordó a su audiencia en el BID que las culturas están en continua transición y que ninguna ha sobrevivido sin tomar prestado de otras y cambiar con el correr del tiempo. Más todavía, según Vargas Llosa, las corrientes de pensamiento que atribuyen gran importancia a la identidad nacional inevitablemente amenazan la libertad y la expresión individual. "Imponer una identidad cultural a un pueblo es equivalente a aprisionarlo y negar a todos sus miembros la más valiosa de las libertades: la de elegir qué, quién y cómo uno desea ser".

La idea de una identidad nacional es especialmente cuestionable en América Latina, subrayó. Los pasados intentos de definir esa identidad, como los movimientos hispanistas o indigenistas, notoriamente han dejado de reconocer la verdadera diversidad de las influencias culturales y raciales que dan forma a las sociedades de la región. América Latina está históricamente ligada "a casi todas las regiones y culturas del mundo", afirmó. "Y ese hecho, que nos impide tener una sola identidad cultural … es nuestra mayor fuerza, contrariamente a lo que los nacionalistas creen".

Vargas Llosa sostuvo que es futil y contraproductivo tratar de perpetuar un modelo cultural en particular mediante políticas o regulaciones. Las culturas "no necesitan ser protegidas por burócratas o comisarios, ni necesitan ser puestas detrás de rejas o aisladas por funcionarios aduaneros para que se mantengan vivas y vitales", aseguró. En lugar de una presión homogeneizante de políticas culturales nacionalistas impuestas desde arriba, el mundo necesita más libertad para crear y evolucionar, dijo. No es coincidencia, apuntó, que a medida que la nación tradicional ha sido debilitada por la globalización en estos años recientes, hemos presenciado un renacimiento de limitadas y formalmente marginadas lenguas y culturas que están encontrando nuevas avenidas de expresión y perpetuación en un mundo interligado.

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