Leonardo Reales es un colombiano afrodescendiente. En 1993, cuando cursaba ciencias políticas en la Universidad de los Andes, en Bogotá, era uno de los pocos estudiantes de raza negra entre 10.000 universitarios. Recuerda que sus compañeros le comentaban: “Deberías sentirte orgulloso”. Más adelante, Reales ingresó en el prestigioso Batallón de la Guardia Presidencial. Contando con él, eran tres descendientes de africanos en una compañía de 300.
En una ocasión, cuando alguien le hizo una pregunta relacionada con la esclavitud, Reales se desconcertó al comprobar que desconocía el nombre de un gran número de países africanos. “Me di cuenta de que en la escuela jamás nos habían enseñado la historia o geografía de África, ni en primaria ni en secundaria”.
Reales, que hoy es Representante de la Unión Nacional de Organizaciones de Afrocolombianos, en Bogotá, compartió sus experiencias con otros 20 líderes afrodescendientes de América Latina y el Caribe invitados a Washington en julio de 2002 por el INDES (Instituto Interamericano para el Desarrollo Social del BID) a un curso de gerencia social. Muchos de sus comentarios encontraron eco en los de otros participantes. La alienación, los estereotipos, los insultos disfrazados de simpatía, las expectativas frustradas de justicia y progreso—todos parecerían ser parte de la realidad cotidiana de millones de afrodescendientes en los países de la región.
Una tras otra, las reveladoras confesiones e increibles anécdotas de los participantes dibujaban un cuadro desconcertante y falto de sentido. Entre América Latina y el Caribe se estima que hay aproximadamente 150 millones de afrodescendientes, pero los censos apenas reflejan este hecho. La ausencia de cifras, información y estudios sobre este sector de la población ha actuado como una cortina de humo que provocó la invisibilidad de millones de personas durante cientos de años.
Quienes se interesan por este problema coinciden en que la consecuencia directa de esta deficiente representación —en muchos casos ausencia total— de afrodescendientes en censos y estadísticas ha sido causa de su marginación de las agendas políticas de sus países. Por ejemplo, en 1993, el censo de Colombia reflejaba la presencia de 500.000 afrocolombianos, cuando en realidad se estimaba que la cifra correcta rondaba los siete millones. “Esto se ha traducido en nuestra ínfima participación en cargos públicos o de responsabilidad y en el porcentaje de estudiantes universitarios. Estamos sobre el .01 por ciento”, comenta Reales.
Cómo comenzar. “Es un círculo vicioso difícil de romper”, confiesa Mia Harbitz, especialista regional del BID. “Un 80 por ciento de vive en la pobreza. No hay escuelas y tienen problemas con los servicios de salud y educación”. Sin los recursos necesarios, estos grupos de marginados no pueden acceder a formar parte de la sociedad civil.
Dentro del Plan de Acción del BID para combatir la exclusión social por motivos étnicos o raciales, el INDES se dispuso a organizar un curso de gerencia social para líderes afrodescendientes. El primer desafío radicaba en la ubicación de los Afrodescendientes que podrían participar en el curso y luego afectar cambio efectivo por el bien de sus comunidades.
Como trabajo previo a la organización del curso, el Instituto envió una misión a tres países de la región —Honduras, Ecuador y Brasil— con una meta muy concreta: identificar a grupos representativos de afrodescendientes líderes en las iniciativas para promover el desarrollo social y sondear cuáles eran sus necesidades y temas prioritarios en cuanto a la capacitación.
Lo que encontraron los participantes en la misión, lamentablemente, es que las comunidades afrodescendientes recién comienzan a identificarse como tales y a organizarse para una representación política efectiva. “En comparación, los indígenas están más identificados con su cultura”, opina Harbitz. “Llevan por lo menos 30 años organizados como pueblos. Entre los afrolatinos no existe un lazo que los une a todos”.
Los mismos afrodescendientes lo reconocieron durante los talleres organizados por Harbitz en los tres países. La falta de organización y documentación sobre su historia han tenido un impacto directo sobre la autoestima de las comunidades afrodescendientes. El resultado ha sido la falta de una identidad política propia y la invisibilidad social. “Si algo nos une es las carencias”, confesaba tiempo atrás un líder afrocostarricense, “La pobreza, la exclusión, la invisibilidad”.
Laboratorio experimental. Para salir de este círculo vicioso se necesitan líderes afrodescendientes con los conocimientos y la preparación necesarios para incorporarse a los programas de desarrollo e incidir en los procesos políticos locales y nacionales.
Por eso el curso organizado por el INDES tuvo un enfoque netamente práctico. Aprender a ejecutar proyectos y redactar informes, diseñar estrategias, negociar, escuchar, resolver conflictos, redactar un presupuesto o entender el proceso de la toma de decisiones, fueron algunos de los puntales de ese mes intensivo que los participantes pasaron en Washington.
Las historias de los 21 participantes entreabrieron la puerta a una problemática poco conocida. Se habló del endocentrismo en la educación, la versión eurocentrista de la historia; del endorracismo, la segregación interna de los mismos negros entre exitosos y marginados. “A comienzos del curso había algo de tensión, se hicieron preguntas capciosas”, comenta Harbitz. “Otros caminaban con pies de plomo porque no sabían el motivo del BID al organizar este curso”, añade Karen Mokate, coordinadora académica del INDES y una de las docentes del curso.
Pero al poco tiempo disminuyó la desconfianza y empezó un intercambio rico y estimulante para todos.“Esta experiencia les ofreció muchas de las herramientas que necesitan para sus estrategias ”, comenta Mokate. “Aprendimos mucho todos. Fue una experiencia muy enriquecedora”.
Isabel Cruz, una educadora universitaria en Río de Janeiro, dice que el taller la ayudó de dos maneras. “Adquirí una mayor capacitación en la gestión social que me permitirá ampliar la participación de los afrodescendientes en los procesos de participación y descentralización y, por otra parte, ayudará a que enfoquemos bien las políticas afirmativas que promuevan el desarrollo de nuestras comunidades”. Su compatriota Amauri Queiroz, dirigente de la Fundación Palmares en Brasil, agrega que el curso “me ha ayudado a tener una nueva prespectiva sobre nuestra organización interna, a establecer nuevos paradigmas, a mejorar nuestras relaciones con el gobierno. También me he dado cuenta de la internacionalidad de nuestro trabajo, siento que somos como una gota en el océano”.
El INDES, tras comprobar los buenos resultados de esta experiencia, quisiera seguir ofreciendo este servicio a dirigentes de las organizaciones afrodescendientes, pero con algunas modificaciones. “Quizás ya no volvamos a convocar un curso especial para afrodescendientes”, sugiere Mokate.“Si queremos que de verdad se incorporen a la agenda de sus países, hemos de empezar por convocarlos a aprender con otros dirigentes de sus sociedades. No podemos tratarlos de nuevo como un caso aparte”. Mokate confiesa que hasta ahora en el INDES la exclusión social se consideraba principalmente en su dimensión económica. Pero ahora, asegura, el INDES trabaja las múltiples dimensiones políticas, culturales y lingüísticas del problema, entre otras. “Hasta ahora no sabíamos cuánto ignorábamos”, concluye.