
Septiembre 25, 2023
Veinte centímetros. Es la diferencia de altura que separa, de media, a un joven guatemalteco de 19 años de otro de la misma edad nacido en los Países Bajos, según un reciente estudio del Imperial College London. Una brecha de crecimiento que pone a las niñas y niños de Guatemala entre los de menor estatura del mundo, y una forma más de medir el grave problema de desnutrición que afecta al 46,5% de los menores en el país.
La problemática se acentúa aún más en la población indígena: son 6.5 millones de personas que representan casi el 44% de la población total y que convierten a Guatemala en el segundo país de Latinoamérica con mayor cantidad de población indígena, sólo por detrás de Bolivia. Uno de los asentamientos más antiguos está en el departamento de Chiquimula, de una belleza asombrosa y con paisajes que parecieran celosos guardianes del territorio, pues su geografía accidentada dificulta el acceso.
Entre los pliegues de las montañas habita, desde hace varios siglos, la etnia Chortí que, debido al aislamiento natural, ha logrado preservar sus costumbres autóctonas. Pero ese aislamiento también ha repercutido en sus condiciones de vida. Pobreza, migración e inseguridad alimentaria son algunos de sus principales retos, exacerbados por un cambio climático que ha originado sequías cada vez más intensas y prolongadas en esta zona del Corredor Seco de Centroamérica.
Los pobladores de la región Chortí pasan hambre desde junio hasta octubre, cuando las familias agotan sus reservas de alimento y, debido a la sequía, sus cultivos son insuficientes para brindarles sustento. Y luego hay años especialmente malos, como 2012, cuando el fenómeno metereológico de El Niño trajo una sequía que se extendió por cuatro años y causó pérdidas de hasta el 70% de la producción de maíz.
Los indicadores de desnutrición y desnutrición crónica se dispararon; fue vital encontrar una solución sostenible en el tiempo que mejorase la resiliencia climática, la seguridad alimentaria y que respetase la cosmovisión de la etnia Chortí. Así nació el Modelo de Adaptación Climática, un programa innovador con dos pilares fundamentales: las mujeres y las gallinas de cuello desnudo.
“Las mujeres Chortí juegan un rol muy importante en la implementación de actividades estratégicas para la seguridad alimentaria e ingresos como es en el caso de ganado menor, aves, cerdos, etc. Y estos pueden llegar a representar un ingreso significativo para familias que no poseen otros medios de vida”, explica Omar Samayoa, especialista senior de cambio climático del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La promoción de la diversidad y de oportunidades laborales para las mujeres es uno de los pilares de la Visión 2025 de la institución.
Gracias al programa, las mujeres chortíes recibieron capacitación que mejoró sus habilidades para criar gallinas ponedoras, desde armar un corral hasta poner vacunas a las aves. También aprendieron a cultivar huertos caseros, producir granos provenientes de bancos comunitarios de semillas criollas, el valor nutricional de especies nativas para la alimentación, tanto de las familias como de las aves, y a manejar bosques combinando árboles con cultivos. Finalmente, después de graduarse del proceso de capacitación, cada una de las participantes en el programa recibió 10 gallinas y dos gallos, para que pudieran reproducirlas.
Los resultados no se hicieron esperar. Un año después Amarilis Vásquez, una de las beneficiarias, cuenta con orgullo cómo su corral ya tiene más de 25 aves y cómo han cambiado su vida. “He mantenido mi hogar, vestido a mis niños, comprado los alimentos de la casa y útiles escolares. En alguna enfermedad, me ha tocado vender aves y comprar medicinas, ahora venderemos unas para comprar calzado.”
Tras el arranque del programa, las mismas mujeres se han encargado de darle continuidad, comprometiéndose a que, tras un año, cada mujer capacitaría a otra mujer y le entregaría la misma cantidad de aves que recibió. Una de las continuadoras es Brenda Ramírez: “uno da el pase en cadena y todavía le quedan aves para beneficiarse. Ante una necesidad se vende una gallina, y ahora los niños pueden comer huevitos y caldo. Eso les da seguridad alimentaria a nuestros niños. Las aves cubren mis necesidades y las de mi familia”.
¿Es posible hablar de innovación cuando se trata de criar gallinas? Probablemente no, si eso fuera todo, pero es que la principal innovación de este proyecto fue crear una sinergia de actores que permitió potenciar y escalar el proyecto, así como asegurar su sostenibilidad: la universidad pública local recuperó el material genético de aves locales y estableció un centro municipal de reproducción; las familias utilizaron materiales locales y promotores comunitarios que les asesoraron, por ejemplo, con la vacunación de aves; se estableció el compromiso de pasar el conocimiento y los mismos recursos a otras familias; y se promovieron esquemas comunitarios para asegurar la provisión de semillas nativas.
Hoy, 6.261 familias han sido ya parte de este programa, generando anualmente US$3,2 millones por la venta de carne, huevos, maíz y frijol que producen con especies locales, así como por ingresos de incentivos forestales por la recuperación de 5.000 hectáreas de cobertura forestal en áreas críticas para la producción de agua.
El modelo ha impactado de forma directa en la seguridad alimentaria y nutricional de la población, principalmente de las niñas: el 36% incrementó un 27% su peso y un 23% su altura gracias al consumo de proteína vegetal y animal, según una evaluación del programa. Asimismo, tuvo efectos en la participación de las mujeres en el acceso a incentivos económicos, aumentando su participación en un 24% en los programas de incentivos forestales y generando sus propios ingresos por la venta de madera, leña, café o granos básicos. María Elena Vázquez, otra beneficiaria, lo ve así: “cuando nos hablan de inseguridad de alimentaria, realmente nos están enseñando a trabajar”.
Unos 5 millones de personas viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema en el Corredor Seco de Centroamérica, personas altamente vulnerables a los efectos del cambio climático. Y aunque las gallinas no vuelan, las buenas ideas sí. “El programa, desarrollado de forma piloto en Guatemala, puede adaptarse a las condiciones locales, ya sea utilizando otras especies de animales y plantas nativas, o incluso mediante componentes adicionales como estufas mejoradas, agua y saneamiento”, señala Aymé Sosa, consultora de cambio climático del BID.
