Nunca se había visto algo así en Dipilto, tal vez en todo el departamento de Nueva Segovia, quizás ni siquiera en toda Nicaragua.
Filomena Gradys le estaba exigiendo a su marido que dividieran su propiedad en dos, para que cada cónyuge fuese dueño legal de tres hectáreas. Entonces, cada cual cultivaría su propia parcela. Si bien Filomena siempre había tenido su carácter, no fue fácil hacerle esa inusitada propuesta a su esposo hace una década. “Estuve rumiando tres meses cómo decírselo”, recuerda. La primera reacción fue la imaginable: el marido le espetó que ella no sabía cómo labrar. “Fue una tremenda pelea”, agrega Filomena. La razón de la renuencia del marido, por supuesto, no era la falta de experiencia de su mujer sino una tradición de hondo arraigo. “Pensó que la gente se reiría de él, que dirían que yo era quien mandaba; así es el orgullo de los hombres”, acota Filomena. Sin embargo, ella insistió porque, después de todo, quién sabe lo que pueda pasar en el futuro. “Yo necesito seguridad también”, argumenta. Eventualmente, el marido aceptó y desde entonces cada cual ha manejado independientemente su propia parcela, ayudándose en las labores y decidiendo conjuntamente los gastos de la pequeña finca.
Hace varios años, el marido de Filomena comenzó a asistir a sesiones de capacitación ofrecidas por POLDES, una organización no gubernamental contratada por el Programa para el Desarrollo Forestal y Socio Ambiental, que financia el BID, para ayudar a los agricultores a adoptar técnicas de conservación de suelos. “Sí, él tomó la iniciativa”, reconoce Filomena, pero pronto ella comenzó a asistir también. “Aprendí a identificar enfermedades que afectan a los cafetos y a controlarlas, además de otras técnicas más avanzadas”. Pronto, los Gradys habían entablado una amistosa competencia para implementar sus nuevos conocimientos. Pero así como había sido imposible mantener a Filomena en la cocina, resultó difícil confinarla a la finca. Comenzó a participar en grupos femeninos, encabezando una cooperativa de crédito para mujeres. El concepto tradicional del papel de la mujer es difícil de extirpar. El hijo mayor de Fiolmena dice que no quiere que su mujer siga los pasos de su propia madre. “Yo le digo que es un machista”, comenta Filomena. El problema está enraizado en la sociedad, explica. A las niñas se les dice que no deben seguir yendo a la escuela y que deben quedarse en casa para hacer tortillas. Incluso cuando la mujer es la generadora de ingresos, los bancos insisten en tratar con el marido. Los cargos más altos están reservados para mujeres. “Ellos dicen que las mujeres no saben nada. Pero nosotras somos 36 por ciento de la economía del país y 52 por ciento de la población. Por esa razón, yo participo en organizaciones femeninas, para defender a otras mujeres que no pueden hablar abiertamente. Gracias a Dios mi marido me apoya en eso”, apunta Filomena.
Los Gradys ya han enviado a tres de sus ocho hijos a la universidad y están decididos a que los otros también obtengan sus títulos profesionales. “No importa que mi vestido tenga cinco años de viejo; todos ellos van a recibir educación”, asegura Filomena, quien tiene sus propias ambiciones políticas: ser alcaldesa. Pero aunque ha demostrado que puede manejar su vida, Filomena no puede controlar el clima. El huracán Mitch, que causó tantos destrozos en Nicaragua en 1998, arrasó casi la mitad de su tierra y la redujo a un arenoso pedregal. Eso la golpeó, pero no la doblegó. Apuntando a una ladera vecina, cubierta de cafetos, Filomena augura: “esa es la tierra que voy a comprar, si consigo que el dueño la venda”. Y remata: “la va a vender. Estoy segura”.