Si se dependiera exclusivamente de los censos para saber cómo es la gente de América Latina y el Caribe, la visión obtenida sería totalmente distorsionada, una fantasía.
Mientras calles y plazas, ciudades y pueblos de esta parte del mundo rebosan del colorido y la vitalidad de las múltiples etnias que conviven en su suelo, la mayoría de los censos de la región proyectan una imagen monocromática, ya que no incluyen preguntas que permitan identificar la raza del encuestado. Es por esto que grupos étnicos minoritarios, como los indígenas y sobre todo los afrolatinos, son oficialmente invisibles. En muchos casos, entre los datos del censo tampoco figura información específica sobre el idioma nativo del censado.
A pesar de que más del 30 por ciento de la población de América Latina y el Caribe es indígena o afrolatina, menos de un tercio de los países de la región recoge información explícita sobre su población de ascendencia africana. Los datos recolectados sobre los pueblos indígenas, aunque más numerosos, suelen ser incompletos y problemáticos.
Al no aparecer, o estar mal representados en las cifras oficiales, indígenas y afrolatinos quedan automáticamente marginados de los programas de gobierno que adjudican recursos para áreas tan fundamentales como salud, educación, trabajo y vivienda. Este hecho se ve claramente reflejado en las estadísticas regionales sobre pobreza y marginación que muestran a indígenas y afrolatinos como los grupos étnicos menos favorecidos de la región. Un estudio del Banco Mundial de 1994, muestra que en Guatemala, donde el índice nacional de pobreza es del 64 por ciento, entre la población indígena sube a un 86.6 por ciento. En Perú, la comparación es de 49.7 por ciento nacional frente a un 79 por ciento indígena. En México, la diferencia es de 17.9 por ciento nacional a un 80.6 por cien entre los indígenas. En general, entre indígenas y negros hay más mortandad infantil, mayor índice de analfabetismo, peor salud y más desempleo.
Es hora de nuevas cifras. Ante un panorama en el que el autorretrato de América Latina y el Caribe resulta casi exclusivamente blanco y esta cuantificación se traduce en programas y reparto de recursos, no es de extrañar que los "invisibilizados" estén decididos a que las cosas cambien. Tanto indígenas como afrolatinos perciben la situación como un problema de exclusión y también de racismo.
También es lógico que las instituciones preocupadas por mejorar el desarrollo regional quieran atacar la pobreza y la exclusión desde todos sus ángulos. En una era dominada por la informática, el manejo de datos fiables y completos se ha convertido en la base de cualquier trabajo serio.
"La información desempeña un papel fundamental en la consolidación de las democracias y en la formulación de políticas públicas", declaró recientemente Paulo Paiva, vicepresidente del BID, en una conferencia que abordó el problema de los censos. "No existe duda sobre la necesidad de producir información sobre la composición racial, étnica y cultural de las poblaciones de los diferentes países latinoamericanos y sobre sus condiciones socioeconómicas".
El BID, junto con el Banco Mundial y el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) de Colombia, convocaron un primer encuentro regional en Cartagena de Indias el pasado noviembre para estudiar la situación, analizar los datos disponibles y dialogar con funcionarios de los censos de la región, así como con representantes de los pueblos indígenas y afrolatinos ansiosos por encontrar una pronta solución a lo que califican como un gran fraude de datos.
Para estos pueblos, el reconocimiento de una situación injusta es el primer paso en un camino complicado en el pasado por razones históricas y en el presente por razones políticas. "A los gobiernos nunca les ha interesado la clasificación racial. Se nos considera un grupo minoritario, a pesar de que los afros representamos más del 30 por ciento de la población colombiana", afirmó Rosa García, de Plan Pacífico en Colombia. "En la medida en que no sea vista, simplemente no existe. Hay resistencia a captar la multietnia a pesar de las normas", dijo. Y esta resistencia puede llevarse a cabo de manera muy simple. "No tiene ningún sentido abordar un debate sobre el censo si los gobiernos no tienen la voluntad política para concretar y asignar los recursos económicos necesarios para el florecimiento de la diversidad cultural en los países con pueblos indígenas", añadió Rosa Ciclos, del Consejo Indígena del Cauca, también en Colombia.
Formularios daltónicos. Estos comentarios se oyeron en Colombia, un país relativamente avanzado en temas de censo, donde se ha venido registrando a la población indígena desde 1938 y a parte de la población de raza negra desde 1993. Sólo Colombia, Brasil, Bolivia, Ecuador y Costa Rica ofrecen en sus censos al individio la opción de clasificarse como afrolatino, un hecho que resulta sorprendente si uno piensa en la imagen demográfica de cualquier calle de Venezuela, Panamá o República Dominicana, por ejemplo.
"En Honduras", según Karen Vargas, de la Organización de Desarrollo Étnico Comunitario (ODECO), "estamos proponiendo una cumbre nacional sobre este tema porque a los afroamericanos nos tienen invisibilizados. Ser afro ha sido una desventaja para superarse, para identificarse. No tenemos espacios adecuados para reclamar el haber sido excluídos del censo".
En un reciente artículo en la Folha de São Paulo, Paulo Renato Souza, el ministro de Educación de Brasil, aseguraba: "Durante muchos años se dijo que el racismo no existía en Brasil. En realidad, los negros no eran vistos. Durante más de 60 años, ese enorme contigente poblacional fue ‘invisible’ para efectos de políticas públicas brasileñas". Estas circunstancias influyeron, sin duda, en el hecho de que los afrobrasileños se hacinen hoy en favelas en condiciones de pobreza y miseria muy superiores a las de la población blanca, según el Instituto Brasileño de Estadística.
En el encuentro de Cartagena se persiguieron dos objetivos a nivel regional. El de reconocimiento de una situación anómala e injusta en los censos, y el de encontrar una salida a un problema tan complejo. Si el valor de obtener datos correctos sobre la población resulta todavía incomprensible para algunos países, el ponerse de acuerdo en cómo hacerlo puede ser una tarea larga y ardua.
Existen cuestiones de principio, tales como la manera de identificar a los diferentes grupos étnicos y culturales, la herencia biológica común (genética, rasgos físicos), la herencia cultural (lenguaje, costumbres, valores, tradiciones), ascendencia histórica (grupos étnicos de padre y madre), y la conciencia de pertenencia étnica (autoidentificación).
Luego están las cuestiones de metodología, como la participación de las comunidades étnicas en el diseño de los cuestionarios, el idioma y los censadores utilizados en la recolección de datos, los recursos para acceder a las poblaciones más remotas, la sensibilización de la población sobre la importancia de censarse y otra serie de temas que podrían conformar, dentro de lo posible, un reflejo justo y real de la población.
Los pueblos indígenas reclaman el cumplimiento de unos derechos por los que han luchado más de 30 años. "No tenemos reconocimiento jurídico en la ley. Una minoría continúa imponiéndose a la mayoría", dijo Ricardo Sului, del grupo Defensoría Maya de Guatemala. El censo de ese país arroja una cifra de un 40 por ciento indígena frente al 80 por ciento que reclaman los pueblos mayas. "Por este hecho, los indígenas estamos apartados de las políticas de estado. Nosotros reclamamos que el estado de Guatemala reconozca una sociedad multiétnica y plurilingüe", afirmó. Por su parte, Ángel Gende, del Consejo Nacional de Desarrollo de Ecuador, dijo que "la falta de participación influye en la incapacidad de cómo definir a un indígena o a un afro. Si todos planificamos, los censos no van a dejar fuera a indígenas o afros".
Aunque más recientes, las campañas de visibilización y sensibilización lanzadas por poblaciones afro-lationamericanas también tienen como impulso el reclamo por la justicia social y económica. "Si en algo somos homogéneos los afrolatinos es en las carencias. Al no tener datos sobre nosotros, los problemas no afloran. Y si no se reconocen los poblemas, pues no existen. Se discrimina por desconocimiento", afirmó Donald Aden, de Proyecto Caribe, en Costa Rica. Un ejemplo puede ser la región de Chocó, en la costa pacífica de Colombia, "En el Chocó no hay servicios de agua o luz", según el padre Manuel García. "Las escuelas son insuficientes. Los niños no tienen cómo acceder a escuelas superiores. La dispersión dificulta los métodos tradicionales de conteo, por eso las cifras (de afrolatinos) son inferiores a la realidad. El racismo es consecuencia directa de la ignorancia", concluyó.
El encuentro de Cartagena concluyó con el compromiso de crear una comisión permanente de seguimiento sobre el progreso de los países de la región hacia censos más representativos. Es imperativo, se afirmó, que el proceso de diseño de los censos incluya a los sectores de la población integrados por grupos étnicos y culturales hasta ahora mal representados o ignorados.
Por su parte, organismos de desarrollo como el BID y el Banco Mundial aseguraron estar dispuestos a promover programas de apoyo al buen diseño y ejecución de censos con el fin de combatir la pobreza y exclusión social de los grupos que hoy siguen marginados. Específicamente, el BID en los últimos dos años ha ayudado a financiar censos en Bolivia, Paraguay, Ecuador y Honduras (ver nota adjunta).
En un año en que las Naciones Unidas quiere llamar la atención mundial sobre el problema del racismo a escala universal, parece apropiado que la región de América Latina y el Caribe se decida a dar un paso adelante y reconozca finalmente la presencia de una parte importante de su población, hasta ahora invisible.