¿Se puede erradicar la pobreza a golpe de ratón? No, pero la tecnología se puede convertir en un aliado poderoso a la hora de combatir la pobreza, haciendo a los mercados más transparentes, mejorando la calidad de vida para grupos con recursos limitados y aumentando su capacidad adquisitiva.
Allen Hammond, director del proyecto Digital Dividend en el World Resources Institute, compartió, en un reciente seminario en el BID, varios casos donde proyectos con un fuerte componente tecnológico alivian la pobreza en América Latina, Asia y África. En estas iniciativas se combina las utilidades de la organización que promueve el proyecto con un servicio de alta calidad para el usuario.
En Bolivia, por ejemplo, se ha lanzado una tarjeta de débito que permite a muchos bolivianos, por primera vez, tener acceso a un sistema bancario a través de más de 50.000 cajeros automáticos. Estos cajeros hablan a los usuarios en vez de comunicarse con ellos a través de texto escrito, detalle muy útil cuando se tiene en cuenta que 25% de los clientes son analfabetos. El usuario puede incluso elegir, seleccionando el color en la pantalla, la lengua en la que quiere ser atendido: aymara, español o quechua.
La iniciativa ha sido lanzada por una organización local experta en microfinanzas, Prodem, con beneficios dobles. La empresa gana dinero con los 7 dólares de mantenimiento anual que cobra a cada cliente y los usuarios disfrutan de servicios bancarios a los que antes no tenían acceso, además de la ventaja de tener su dinero disponible las 24 horas del día. El fraude es mínimo. Las tarjetas usan la huella digital del dueño en vez de la contraseña numérica habitual, lo que también contribuye a hacer el proceso más simple para una población que no está acostumbrada a utilizar medios electrónicos.
Los clientes valoran altamente este servicio. Durante los recientes disturbios en Bolivia, ninguno de los cajeros automáticos fue destrozado. Los mismos clientes protegieron lo que consideran una herramienta útil. “¿Cuándo se ha visto a los pobres defendiendo un banco?”, reflexionó Hammond durante su presentación de éste y otros modelos de negocios socialmente responsables que integran la tecnología de forma novedosa.
El caso de Bolivia no es una excepción. En zonas rurales de la India miles de agricultores de soja no venden sus cosechas sin antes pasarse por un centro comunal con acceso a Internet. Allí pueden ver cuál es el precio del producto, no solo en su mercado local sino también en los mercados internacionales, y decidir si quieren vender ese día o esperar a que los precios suban. Una vez allí, también pueden ver la información sobre el tiempo o encontrar estudios sobre fertilizantes o pesticidas.
El proyecto se llama E-choupal y la empresa que lo ha puesto en marcha, ITC, ha visto una oportunidad dorada de hacer negocios a la vez que brinda un servicio a un grupo tradicionalmente excluido de cualquier iniciativa tecnológica. En este caso también ganan ambas partes. Los agricultores se benefician al vender sus cosechas a mejores precios e ITC gana al tener acceso a miles de agricultores a los que puede vender productos y convertirse en mediador entre ellos y los mercados internacionales.
Estos proyectos son singulares e innovadores, pero no son únicos. Representan una tendencia creciente de organizaciones, en muchos casos empresas comerciales, que ponen la tecnología al servicio de los pobres para obtener beneficios económicos y, a la vez, mejorar el nivel de vida de sus clientes.
El mercado potencial para estas actividades es muy grande, agregó Hammond, recalcando que en el mundo “hay unos 4.000 millones de personas que ganan menos de 2.000 dólares al año”. Y estos posibles clientes tienen miles de millones de dólares para gastar.
El seminario fue organizado por la división de Tecnología de Información para el Desarrollo del departamento de Desarrollo Sostenible del BID. EL BID está en la actualidad preparando una estrategia en esta área.