CERCA DE XAPURI, BRASIL — Aunque Francisca Nazaré de Oliveira ha vivido toda su vida en la selva tropical del Brasil occidental, nunca imaginó que algún día ingresaría al negocio de la silvicultura.
Tampoco lo pensaron otras 100 familias en la reserva extractora de São Luís de Remanso. Todos ellos son descendientes de gente que por generaciones han subsistido principalmente extrayendo látex de los árboles de caucho y recolectando otros productos naturales, como nueces de Brasil. La caza y la pesca complementaron sus ingresos. Para ellos, la selva tropical era su supermercado, su farmacia, el lugar donde hicieron su vida.
Puede sonar romántico, pero no lo es. El cauchero vive una vida pobre donde las opciones son pocas y los tiempos duros siempre están a la vuelta de la esquina. Para sobrevivir, a veces las familias tienen que cortar y vender madera ilegalmente o talar los límites del bosque para plantar más cosechas o pasto.
Pero en 2000, expertos de la organización no gubernamental Centro de Trabajadores Amazónicos (CTA) llegaron a São Luís con una novedosa oferta: las familias podrían cortar y vender árboles pero de forma que el impacto en el bosque se redujera considerablemente. La gente se interesó en la propuesta pero seguía escéptica. Aunque conocían el bosque profundamente, no sabían nada sobre inventario de árboles; creación de mapas; programas diseñados de talas, cálculo de ingresos, costos y ganancias; plan de inversiones de capital o manejo del papeleo. Peor aún, el CTA insistió en que manejaran sus bosques como una empresa comunitaria, una tarea nunca fácil.
Sin embargo, a pesar de su reticencia, la gestión forestal comunitaria parecía ser el destino de São Luís. Primero, porque la propia comunidad, y las de otras cuatro reservas extractoras, debían su existencia a Chico Mendes, el famoso defensor de los derechos de los pobladores locales, venerado internacionalmente. La reserva se creó en 1988, el mismo año en que Mendes fue asesinado por poderosos intereses que buscaban asumir el control de los bosques de los caucheros. Si la comunidad se esforzaba en obtener mayores beneficios de su reserva y a la vez continuaban protegiéndola, sus miembros sentirían que así honraban el legado de su héroe.
La explosión de color atrae a una mariposa de la selva.Y luego estaba el bosque mismo. La reserva de São Luís do Remanso es de gran riqueza biológica y económica. Posee una impresionante diversidad de especies propias de las selvas tropicales (más de 350 especies de árboles) y es especialmente rica en las valiosas especies de caoba y de cedro español. Por ello, un plan de gestión bien diseñado puede reconciliar hasta cierto punto los objetivos competitivos de conservación y de comercio, al permitir cosechar gran variedad de árboles (incluyendo aquellos que anteriormente no se consideraban comerciables) para mantener la composición de especies.
Por último, la reserva está cerca de buenas vías de transporte y de empresas procesadoras en la vecina capital del Estado de Rio Branco.
Unas 30 familias en São Luis de Remanso están manejando sus parcelas de bosque con los conocimientos adquiridos en los cursos dictados por expertos del CTA. De estas 30 familias, 10 se dedican a la gestión forestal. Las otras colectan y venden otros productos del bosque, tales como aceite del árbol copaiba y semillas, y producen artesanías.
El Centro también ha ayudado a fortalecer a la organización comunitaria encargada de dirigir el programa para toda la reserva. Las cosechas de los últimos tres años han obtenido resultados buenos y no tan buenos. Pero los problemas enfrentados son también lecciones aprendidas. Después de todo, ésta no es solamente una empresa recién montada, sino también algo muy novedoso. Los desafíos que conlleva administrar una selva tropical han asediado a los expertos por muchos años, y si además se agrega el factor de gestión comunitaria el panorama se complica.
El trabajo del CTA en São Luís do Remanso se financia con ayuda de una donación de US$750.000 del Banco Interamericano de Desarrollo mediante un fondo que el Banco administra a nombre de Japón. El Centro realiza el programa en colaboración con la Fundación Tecnológica del Acre, una organización semi-gubernamental.
Bruzzi (izq.) y otros técnicos de CTA enseñaron a Oliveira cómo hacer inventarios de los árboles de su propiedad.A lo largo de un camino forestal. El ingeniero forestal Pedro Bruzzi del CTA se reunió con Oliveira para visitar una parte de su bosque. Ella llevaba bajo el brazo un mapa enrollado, manchado y descolorido por su íntimo contacto con el ambiente tropical. Su patrón cuadriculado marcaba la ubicación de los árboles y una llave identificaba cada especie, su tamaño y su valor comercial aproximado. De tanto en tanto, se detenían ante un árbol y discutían sus características físicas y su potencial valor comercial.
“Al principio la gente estaba asustada de la gestión forestal”, recordaba Oliveira. Tomó casi dos años de reuniones con los expertos del CTA para que la gente entendiera lo que se esperaba de ellos y aceptara la gerencia del bosque como parte de su futuro.
En cualquier año, las cosechas se realizan en un área de 50 hectáreas ubicada dentro de una zona de gestión. Bajo el sistema utilizado en Sao Luis, el área de gestión está formada por cinco parcelas de propiedad familiar. Actualmente dos grupos de familias de Sao Luis explotan 50 hectáreas por grupo, con un total de 100 hectáreas. De esta manera, el área total explotada es lo suficientemente grande para permitir que tractores y carros hagan su trabajo eficientemente causando mínimo daño colateral al bosque.
Bajo el plan de gestión, solamente un número determinado de familias cosecha árboles cada año. Estas familias reciben la mayor parte de los ingresos que genera la venta de los árboles, aunque todas ellas también reciben una paga. Un sistema así parecería diseñado para generar conflictos. Pero Bruzzi dice que los desacuerdos se reducen al mínimo con decisiones transparentes. “Llevamos las cifras a la comunidad, brindamos orientación y todos discutimos cómo dividir las ganancias”, agregó. Los miembros de la comunidad toman las decisiones finales.
En un ciclo de cosechas de 20 años, todas las familias recibirán beneficios de acuerdo con el trabajo que hayan realizado y con su nivel de producción. Por supuesto, la esperanza es que el bosque continúe proporcionando sus ventajas biológicas y económicas a muchas generaciones futuras, en cualquier caso mucho más allá de varios ciclos de cosecha. Uno de los desafíos más difíciles de la administración de bosques es resistir la tentación de buscar incrementos a corto plazo y en su lugar poner la fe en un futuro plagado de incertidumbres.
Bruzzi habla con franqueza sobre los problemas de la continuidad. Las políticas gubernamentales cambian; los donantes pueden perder interés. Pero siempre habrá demanda por la madera, dice Bruzzi. Él confía en el eterno interés propio del mercado.
En años recientes, las cosechas han evidenciado las promesas y las limitaciones de la gestión forestal comunitaria. La cosecha de 2004 fue mucho menor de lo esperado debido a serios atrasos en la construcción de caminos y en la limpieza de áreas para almacenar los troncos. Como resultado, cada familia recibió cerca de 435 dólares solamente. Oliveira utilizó su parte para comprar un motor y una máquina para descascarar arroz.
El bosque que no fue explotado el año previo se agregó al contingente de 2005, totalizando así 200 hectáreas, con cosechas en 150 hectáreas. La producción total fue de 1.100 metros cúbicos de troncos, incluyendo maderas duras de alto valor y maderas blandas de menor valor utilizables como madera contrachapada.
Una compañía local adquirió la madera “blanca” por un total de 26.000 dólares. Este monto, agregado a los fondos de la contribución del BID, costeó el capital de trabajo para 2005, dejando una ganancia preliminar de 260 dólares por familia participante. Otra empresa local comprará la madera dura a 87 dólares por metro cúbico. Una vez deducidos los costos de comercialización y procesamiento, se espera que la madera produzca un rendimiento de 2.174 dólares por familia. La asociación utilizará parte de esta ganancia como capital de trabajo, el resto servirá para acumular fondos sociales para eventuales proyectos de educación, salud, capacitación y otras áreas.
Una nueva cosecha en la selva, semillas de caoba, se vende en los viveros para cultivar los plantones que repararán la tierra degradada.Mientras tanto, los flamantes empresarios de São Luís de Remanso continúan con sus labores tradicionales como la extracción del caucho, además de sus nuevas actividades, como la venta de jarabes hechos de plantas medicinales en la feria local de productos y la recolección de semillas de especies nativas que compran los viveros para criar retoños para reforestar áreas degradadas. También han comenzado a usar semillas para hacer collares y pulseras bautizadas como “Bio-joyería Amazónica”.
“No ganamos mucho, pero es suficiente para vivir”, dijo Oliveira.
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