- Quizás la más obvia es nuestra mejora en el uso de la tecnología, hemos ganado en destreza, y sobre todo en confianza en los múltiples modos de la comunicación virtual, y hemos descubierto como nutrir los vínculos con nuestros alumnos y entre nosotros con encuentros en la nube. También lo que significa el derecho al acceso a internet para paliar la brecha socio económica que se traduce en discriminación educativa.
- Conocemos mejor el entorno personal de cada uno de nuestros alumnos, las circunstancias en las que viven, sus límites y carencias, y la calidad de la relación afectiva con los adultos con los que conviven. Y ya no podemos esconder la desigualdad y sus efectos nefastos sobre el fracaso educativo.
- Nos conocemos mejor a nosotros mismos y hemos descubierto necesidades importantes: Hemos puesto a prueba nuestro propio equilibrio personal, la gestión de las emociones, la vivencia de la soledad, cómo llenar el ocio con creatividad, el afrontamiento de las pérdidas y las distancias, la resistencia a la monotonía y la frustración, la autorregulación de nuestros deseos, irritabilidad, impulsos y obligaciones, o nuestra serenidad ante la incertidumbre y una constante precariedad... Sí, hemos tenido que beber de nuestra vida interior y nuestra madurez para sentarnos cada mañana con una sonrisa paciente delante de cientos de mails y pantallas. Nuestros mejores alumnos no han sido los que tenían más recursos tecnológicos, sino los que también han podido poner en práctica todas estas habilidades mal llamadas blandas que les han hecho más resilientes.
- Hemos reducido el consumo, la contaminación, la libre circulación, y también las cervezas compartidas con amigos y vecinos. Así, hemos sido capaces de renunciar a lo inimaginable, en pro de valores compartidos con muchos rostros desconocidos, y reconocer con aplausos universales, el sacrificio, la generosidad, y la solidaridad en millones de gestos y compromisos anónimos. En un ejercicio único de ‘desaprendizaje’ hemos cambiado comportamientos que parecían inamovibles por un bien mayor, y hemos aprendido a priorizar con parámetros diferentes.
- Y hemos ‘estresado’ nuestros sistemas educativos al máximo, en un largo proceso ineludible de cuestionamiento sobre cada elemento de las escuelas: la imposibilidad y lastre de la evaluación tradicional, los currículums largos y repetitivos, la cantidad de horas de docencia mecánica con metodologías obsoletas, la relevancia perdida de las tutorías, las necesidades de ejercicio físico y salud mental, los modos de relación con las familias, la sostenibilidad económica de las escuelas, las carencias enormes de infraestructuras y recursos. Y no hemos podido evitar la reflexión sobre los fines y no solo sobre los medios, y eso ha sido bueno, hemos demostrado que la rutina no es invencible.
Foto: esta imagen se ilustra la vuelta al colegio con en 'Trilema El Pilar' de Madrid
- La solidez de nuestros equipos docentes, que ya trabajaban en equipo antes, y que están acostumbrados a compartir los recursos, a ayudarse mutuamente para superar las carencias, que aprenden unos de otros, consultan y discuten sobre la mejor manera de ayudar a cada alumno. Una solidez que bebe de un liderazgo claro, inspirador, comprometido y valiente que vertebra a cada equipo, que se reparte como la savia entre cada individuo y cada rol escolar.
- La calidad de la relación interpersonal con nuestros alumnos, que hace que confíen en cada uno de nosotros, que teje complicidades y permite que pidan ayuda, y sobre todo, que podamos anticiparnos a todo aquello que les impide crecer. Los tutores han sido los verdaderos protagonistas en los primeros momentos de contactar y diagnosticar la situación económica, emocional y académica de cada uno de sus niños, y los buenos tutores lo han hecho bien. Otros no tanto.
- La flexibilidad organizativa de todos los aspectos del proceso de enseñanza y aprendizaje. Si ya teníamos experiencia en adaptar el currículum, interpretarlo con creatividad, encontrar conexiones para la interdisciplinariedad y, sobre todo, distinguir lo esencial de lo accesorio, ha sido más fácil reorganizar en este tiempo nuestros focos de atención. Si ya entendíamos la evaluación como un acompañamiento para la mejora del desempeño y no como un juicio aséptico sobre los logros de nuestros alumnos, y dábamos mucho más peso a la autoevaluación y la coevaluación que a la calificación aséptica con números, seguro que hemos encontrado los modos de abordarla mejor. Y si habíamos entrenado en poner todos los elementos de la organización escolar, los horarios, los tiempos, las asignaturas, los grupos de trabajo al servicio del aprendizaje y no al revés, seguro que no hemos sucumbido al vértigo de tener que recortar unas cosas por encima de otras, y de aceptar que había muchas maneras distintas y aceptables de responder a una situación tan compleja. La confianza mutua en la capacidad de cada docente para generar iniciativas con autonomía no se improvisa y ha sido un requisito fundamental en nuestra respuesta. Los puntos de partida de cada escuela, de cada país, incluso de cada docente, han sido muy diferentes en función de sus posibilidades y de su nivel de inversión y desarrollo, pero muchos nos hemos crecido ante las dificultades y hemos puesto en el centro de nuestras preocupaciones el derecho a una educación excelente junto a la protección de la salud.
- La inversión que hemos realizado en estos años en estimular el pensamiento crítico, creativo y riguroso de nuestros alumnos, en cambiar el currículum más desfasado, apostar por los proyectos interdisciplinares, la educación emprendedora, el cultivo de la dimensión espiritual y la vida interior, el disfrute de la lectura y la narración en todos los lenguajes posibles, el trabajo cooperativo, el uso crítico frecuente de la información de los medios de comunicación y un largo etcétera. Si en estos años hemos ‘robado tiempo’ al currículum tradicional y apostado por estimular en nuestras escuelas muchas habilidades de carácter transversal, a veces contra la presión de algunas familias o inspectores, entonces habrá sido más fácil rediseñar con mucha autonomía y coherencia un nuevo currículum para el COVID y sobre todo, nuestros alumnos habrán podido navegar mejor entre todas las vicisitudes que a cada uno le han tocado. También aprobar las matemáticas o recuperar los suspensos de historia. Pero no solo eso.
- Y por último, la naturaleza de nuestros ecosistemas educativos, todo el tejido de alianzas que tenemos con las comunidades locales, las ONGs, empresas, voluntariado, familias, personal de apoyo, formadores y dirección de nuestras redes de escuelas, ha determinado considerablemente la eficacia de nuestras respuestas. La escuela irradia humanización…. La escuela para muchos de nuestros alumnos es el lugar seguro, sin violencia, donde desayunan, comen, disfrutan, aprenden y ven la vida con esperanza. La escuela, para millones de ellos, es su posibilidad de conocer una vida mejor. En la medida en que nuestras alianzas y conexiones eran estrechas, reales, hemos podido responder a lo que nos da el verdadero sentido: Educar y no solo instruir.