Jaime Viñals siente una irreprimible atracción por las alturas. Tanto que se ha convertido en el único centroamericano que ha escalado las siete cimas más altas del mundo, entre ellas el Everest, misión que completó el 23 de Mayo del 2001.
Biólogo de profesión, descubrió su amor por las cumbres en diciembre de 1987 en su Guatemala natal, cuando con sus amigos de la universidad escaló el volcán Tajumulco a 4,220 metros sobre el nivel del mar. Desde entonces ha escalado centenares de montañas alrededor del mundo, siendo sus favoritas Monte McKinley, Cervino (Matterhorn) y Huascarán. El Everest es la única de ellas que no alcanzó en el primer intento.
Viñals es un soñador infatigable. “Sólo el que se atreve a soñar y empeña su vida en el intento de acercarse a su sueño logra hacer la diferencia,” escribió en su libro La montaña es mi destino, editado en 1995, donde también expresó que “el límite para alcanzar nuestras metas solamente existe dentro de nosotros mismos”.
Pero Viñals, además de hacer realidad sus sueños, quiere también darlos a quienes no los tienen. Hace unos meses participó en una campaña de concienciación para no discriminar a niños con SIDA en donde afiches con su rostro circularon por América Latina acompañando mensajes alusivos a la inclusión de niños con esta mortal enfermedad. “Soy consciente de la realidad mundial, en la que un porcentaje mínimo goza de beneficios y los que podemos gozar de algunos de esos beneficios tenemos el compromiso de ayudar a los más necesitados”, comenta.
La experiencia adquirida en incontables kilómetros recorridos y escalados ha fortalecido su personalidad. Su perseverancia y vivencias permiten a Viñals dedicarse hoy a brindar charlas motivacionales dentro y fuera de Guatemala. Como él mismo admite, “en mis charlas, las montañas son el enganche, pero la esencia es que la fe mueve montañas y la muerte es lo único imposible en la vida. Cualquier sueño se puede alcanzar si uno se lo propone con fe”.
La preparación física ha jugado un papel muy importante para Viñals. Sin ella no hubiera sido capaz de enfrentarse a una noche a la intemperie sin oxígeno suplementario en su descenso del Everest, de la que salió vivo de milagro; o le hubiera costado mucho más recuperarse de las dos costillas rotas que sufrió al caerse en su primer intento de escalar ese pico en 1994.
La preparación psicológica también es importante. Parte del entrenamiento consiste en pasar de 5 a 20 días en condiciones limitadas de clima y alimentación para acostumbrarse a situaciones desfavorables. “Uno tiene que seguir pensando en la cumbre”, afirma. “Un escalón te lleva al otro, y no quiero descender, quiero seguir subiendo.”
Desconoce su próximo destino. Puede ser Groenlandia, o quizás sean las cimas más altas de las siete islas más grandes del mundo. “Hay que hacer cosas radicalmente diferentes en la vida”, dice Viñals. “También tener un criterio amplio y abierto e ir con la mente en blanco, absorbiendo lo que está delante, forjando amistades y conociendo a personas de todo el mundo. Las montañas me han enseñado a tomar riesgos y a preservar la vida”, concluye.