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Un programa que impulsa a la mujer

Por Peter Bate

Según cuentan las mujeres de Mazituaya, antes de inscribirse en el programa Oportunidades, casi nunca salían solas de sus hogares en las sierras de Veracruz. “Antes estábamos siempre en la casa. Todo el día era moler y moler”, comenta Dionisia García, madre de cinco hijos. “Ahora vamos a pláticas donde aprendemos que la mujer también tiene derechos”.

García y sus vecinas caminaron una hora por abruptos senderos para llegar a Tlicalco, una aldea donde las beneficiarias de Oportunidades se han reunido para recibir el apoyo monetario bimestral que el gobierno mexicano brinda a familias indigentes para ayudarlas a mejorar su salud y nutrición así como a mantener a sus hijos en la escuela.

Según las normas del programa, el dinero se entrega a las jefas de familia. Esto representó un cambio radical para sociedades patriarcales como las comunidades rurales de México. Cuando Oportunidades comenzó a operar en 1997 bajo el nombre de PROGRESA, los maridos solían acompañar a sus esposas a las reuniones. Aunque no intervenían directamente en las pláticas periódicas del programa, los hombres se apostaban detrás de las mujeres. Los agentes de campo de Oportunidades tienen anécdotas sobre cómo persuadieron a los maridos que veían con recelo al programa.

“Yo les explicaba cómo las mujeres ganarían dinero por asistir a un par de pláticas y aprender cosas que iban a mejorar la calidad de vida de sus familias”, cuenta el coordinador zonal Humberto Vázquez. “En muchos casos, las mujeres recibirían más dinero del que sus esposos sacaban trabajando todo el día en el campo”.

Algunos problemas no son fáciles de resolver. Una mujer de Mazituaya recuerda cómo un vecino le pegó a su esposa porque asistió a una presentación sobre planificación familiar. Hasta hoy, los críticos de Oportunidades, incluyendo algunas organizaciones feministas, enarbolan tales casos para afirmar que el programa provoca violencia doméstica. Sin embargo, los expertos ponen en duda la validez de ese argumento.

La demógrafo María de la Paz López, viuda de uno de los arquitectos del programa, sostiene que esos incidentes no deberían mirarse como fenómenos estáticos sino como partes de un proceso que se está desarrollando. ¿Sufrían violencia esas mujeres antes de participar en el programa, o los maridos empezaron a atacarlas después de que inscribieron? “La misma autora que escribió sobre tales incidentes violentos describió también el caso de una mujer que buscó la ayuda de sus vecinas. Cuando el marido se dio cuenta de que el asunto adquiría interés comunitario, cambió su comportamiento”, dice López, que trabaja para el Fondo para el Desarrollo de la Mujer de Naciones Unidas (UNIFEM).

En Tlicalco las beneficiarias de Oportunidades rápidamente hacen una lista de ejemplos sobre los resultados del programa. “Ahora los niños van a la prepa. Antes sólo llegaban a la secundaria”, comenta una mujer de Tlicalco. “Las niñas sólo iban a la primaria. Ahora dicen que quieren ser maestras y enfermeras”, añade otra. “Nuestras dietas ahora son más variadas”, comenta una tercera. “El dinero que nos dan lo manejo yo. El señor en eso no se mete. Lo guardo para que estudien mis hijos”, agrega otra.

En la ciudad de Coscomatepec, las mujeres de colonias pobres atestiguan también el impacto del programa en sus vidas. Dicen que los bebés se ven mejor alimentados que antes. Los niños van a la escuela con sus uniformes completos. Las jóvenes tienden a casarse más tarde estos días. Una madre, Reyna Ramos, comenta que se inscribió en un programa de educación para adultos a través de Oportunidades y está terminando la secundaria. Ahora puede ayudar a sus hijos en las tareas escolares y, cuando tiene que acudir a clase, su esposo se ocupa de los niños. “Yo veo que mi esposo me respeta más”, dice Ramos, “Ya no me grita como antes. Él también va tomando conciencia”.

La participación de las mujeres en el programa continúa profundizándose. En cada comunidad eligen a vocales de educación que visitan las escuelas y comprueba con los maestros si los niños están asistiendo a clase, por ejemplo. Las vocales de salud observan si las madres llevan a sus hijos al médico. Si una vecina dice que no puede acudir a una cita porque no tiene con quién dejar a sus hijos, una vocal le ayudará a resolver el problema.

Este nivel de conciencia y participación llevó años en desarrollarse. Cuando Concepción Steta entró al equipo del programa en el 2001 como coordinadora estatal de Veracruz, llegó con una visión forjada durante 20 años en el sector de las organizaciones no gubernamentales. Steta, ahora directora de planificación y evaluación de Oportunidades, cuenta que una de sus prioridades fue descubrir qué pensaban las mujeres sobre el programa. En colaboración con ONG locales, Steta organizó encuentros con mujeres de comunidades indígenas aisladas. Si bien halló que el programa estaba cumpliendo con las promesas contraídas, las beneficiarias aún lo tomaban como un regalo del gobierno. “Había que empezar a trabajar el programa con otro enfoque, desde la perspectiva de la participación ciudadana”, comenta Steta, “Este programa es un derecho. Nadie se lo puede quitar. Sólo depende de que ellas cumplan con sus corresponsabilidades”.

Como resultado, Oportunidades inició una serie de talleres en comunidades indígenas donde las mujeres tenían percepciones erróneas del programa o donde las autoridades locales alegaban que podían hacer gestiones para incorporar a familias en el programa. El objetivo era crear conciencia entre las beneficiarias sobre sus derechos como ciudadanas y sobre la naturaleza apartidaria del programa. Estos mensajes centrales se repiten en las amplias campañas de transparencia que realiza Oportunidades antes de las elecciones nacionales, estatales y locales.

En Veracruz, donde hubo comicios en septiembre de 2004, Oportunidades organizó reuniones con sus agentes, maestros, trabajadores de la salud y autoridades locales para recordarles sus responsabilidades como funcionarios públicos y las penas por violar las leyes electorales. El programa convocó también asambleas masivas en donde se estimuló a las mujeres a denunciar a quienes intentaran presionarlas. Uno de los folletos de la campaña decía claramente: “Oportunidades no se vende o cambia por votos”.

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