Los violentos brincos que sacudían a la camioneta por el accidentado camino que nos llevaba de Puerto Cabezas hacia el norte, eran sólo un preludio de lo que se avecinaba.
Era un paisaje desierto cuya monotonía sólo se rompía con la ocasional aparición de algún pueblo o caserío remoto. Sorteando con frecuencia puentes destruídos, el camino obligaba a la pequeña camioneta a abrirse paso por empinadas laderas y barrancos para luego vadear los arroyos. En uno de estos parajes, dos peones que trabajaban en la carretera, al divisar nuestro vehículo se apresuraron a tender una cuerda de trapos a lo ancho del camino, exigiéndonos el pago de 10 córdobas para permitirnos el paso. Debido a que el gobierno carecía del equipo o los recursos necesarios para reparar la carretera, la comunidad local había decidido tomar el asunto en sus manos y el whita (palabra que en idioma miskito significa juez) había autorizado el cobro del "peaje".
Nuestro destino aquel día era Bismuna, un pueblo miskito de la costa, cerca de la frontera con Honduras. Rodolfo Smith, un funcionario del municipio local que nos servía de guía, venía estrujado en el asiento del medio y se veía obligado a cambiar constantemente la ya incómoda posición de sus piernas cada vez que el conductor efectuaba un cambio de marcha.
Smith nos explicaba que las comunidades indígenas de esta región conservan gran parte de su organización política tradicional y de su autonomía para el manejo de asuntos propios. La mayoría cuenta con un consejo de ancianos, un jefe, un juez y otras autoridades, todos elegidos por consenso.
A lo largo de la historia, comunidades como ésta han funcionado políticamente aisladas. No tienen prácticamente relación alguna con el municipio local, con la representación del gobierno regional con sede en Puerto Cabezas, o con el gobierno central de Managua, la capital. En apariencia, su situación se consideraría una auténtica utopía, sin agobiantes funcionarios oficiales, ni recaudadores de impuestos. La realidad es que estas comunidades son extremadamente pobres. Si un niño tiene la suerte de ir a la escuela, no tiene libros de texto. Una persona enferma puede morir sin haber visto nunca a un médico. La buena cosecha de un agricultor se puede perder facilmente si éste no consigue transportarla al mercado para su venta. Sin servicios básicos ni infraestructura, los habitantes de estas comunidades tienen pocas esperanzas en un futuro mejor.
Forjando una democracia local. Pero este aislamiento terminará pronto. La población de la Costa Atlántica de Nicaragua está exigiendo ser escuchada y el gobierno de Managua ha respondido con un programa para el fortalecimiento de la administración local.
El nuevo programa financiado por el BID dará solidez a los Estatutos Autonómicos de Nicaragua, legislación adoptada en 1987 que a pesar de reconocer los derechos políticos de las comunidades de la Costa Atlántica, nunca facilitó los medios para ejercerlos. A lo largo del proyecto, las comunidades locales participarán con pleno derecho en un sistema democrático de toma de decisiones.
El programa ofrecerá apoyo a las dos regiones autónomas en las que se ha dividido la Costa Atlántica: la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN), una área de indios miskitos administrada desde Puerto Cabezas, y la Región Autónoma del Atlántico Sur (RAAS), una área predominantemente afro-caribeña administrada desde la ciudad de Bluefields. En ambas zonas el programa fortalecerá la capacidad de los gobiernos regionales y requerimientos básicos necesarios para una llevar a cabo una gestión efectiva, incluyendo el forjamiento de vínculos con los municipios de su jurisdicción. Por su parte, los municipios recibirán la capacitación necesaria para el manejo de recursos, recaudación de impuestos, oferta de servicios y trabajo con las comunidades locales y organizaciones de base. (Para más información sobre el programa, ver el enlace a la derecha).
El ejemplo de una práctica peor. Continuando nuestra ruta hacia el norte, atravesamos un erial de tierras arenosas mezcladas con rocas, en algunas partes sin vegetación alguna. No había gente, ni cosechas, ni animales. Los únicos indicios de vida humana eran unas hileras de pinos que se extendían ordenadamente por muchos kilómetros. Era evidente que alguien había tenido grandes planes para esta región, pero algo había salido mal. Los árboles se veían secos y escuálidos, y el marrón rojizo de sus descoloridas agujas indicaban que muchos estaban muertos. En algunos lugares sólo quedaban bosques de troncos calcinados por el fuego. Las altas torres de vigía para incendios lucían totalmente abandonadas al paso seguro del tiempo y de las plantas trepadoras que cubrían ya los soportes de madera.
Smith nos explicó lo ocurrido. Eran los restos de un proyecto financiado internacionalmente que la gente local no había solicitado, ni había ayudado a diseñar. Al marcharse los técnicos extranjeros, las plantaciones quedaron totalmente abandonadas. El pueblo las quemó en algunos casos para obtener pastos, en otros por accidente y en ocasiones, por simple rabia o frustración.
Aquel era un dramático ejemplo del riesgo que se corre al plantear el desarrollo de arriba hacia abajo. Esta actitud paternalista ha sido en general abandonada por los gobiernos e instituciones de desarrollo, que actualmente reconocen la necesidad de involucrar a la población local en el diseño y ejecución de los proyectos. En el nuevo programa financiado por el BID, las propuestas de proyecto se originarán en las comunidades mismas, logrando así que la gente local se comprometa con los resultados.
Los grupos de ayuda llenan un vacío. La carretera se aproximaba a las afueras de Waspam, una serie de construcciones humildes y despintadas a orillas del río Coco. En 1998, las inundaciones del huracán Mitch azotaron esta zona con fuerza, dejando como saldo a miles de personas sin hogar y grandes extensiones de cosechas arruinadas.
El conductor aparcó junto a una ambulancia frente a un edificio de dos plantas. Era la sede de Acción Médica Cristiana, una de las 16 organizaciones cooperantes que tienen dependencias aquí. A grupos como éste nunca les falta trabajo. Waspam es una ciudad marcada por la desgracia: primero, por la sangrienta guerra civil, más recientemente como resultado del huracán Mitch.
Algunos grupos de ayuda tales como Acción Médica tienen un largo historial en Waspam; otros vinieron a ayudar tras el huracán Mitch. Algunos son nicaraguenses; otros internacionales, afiliados a iglesias, privados o financiados por gobiernos extranjeros.
En su mayoría, estos organismos facilitan el tipo de servicios que deberían ser responsabilidad del gobierno local. Unos ayudan a mejorar los servicios sanitarios y las necesidades médicas. Otros ofrecen viviendas. Otros distribuyen alimentos entre los pobres. Las paredes del centro de actividades de Acción Médica están cubiertas de cuadros informativos sobre horarios de visitas comunitarias. Sus médicos, enfermeros y administradores reciben a un flujo constante de pacientes. El centro podría confundirse facilmente con una dependencia oficial de salud.
La representante local de Acción Médica es Pilar Oporta, un verdadero caudal de energía y sentido común. Oporta admitió abiertamente que la falta de coordinación entre las ONG es la causa de que los resultados sean a menudo decepcionantes, a pesar de las dosis de buenas intenciones. Pero en Waspam, Acción Médica preside una reunión mensual de todos los grupos de ayuda para evaluar problemas, revisar programas y buscar las soluciones menos costosas.
Las organizaciones de ayuda se mantienen también en estrecho contacto con las comunidades locales. Según Oporta, esto representa una ruptura abierta con prácticas del pasado, cuando se trataba a los pobladores como objetos de caridad, no como socios. "En años pasados, los extranjeros llegaban aquí para imponer sus soluciones", afirmó Oporta. "Decían 'éste va a ser el proyecto y esto es lo que vamos a hacer'". Hoy en día, antes de introducirse en una comunidad, los representantes de la organización cooperante se reúnen primero con el consejo de la comunidad, incluyendo al jefe, a los ancianos, a los líderes religiosos, maestros, enfermera; "De todo un poco", según Oporta. "Abrimos un espacio de participación a la comunidad. Planificamos juntos".
La misma Oporta nació en la región de Waspam, pero su energía llena de inquietud la arrastró fuera del país. Estudió periodismo y comunicación en Ecuador, Costa Rica y Panamá, y regresó más tarde a Nicaragua para obtener su certificado de maestra. Comprometida con la causa de su gente, estudió la lengua miskita "para poder enseñarla correctamente" y siguió un curso sobre derechos indígenas en la universidad local en la Costa Atlántica.
Aunque la misión primordial de Acción Médica es facilitar atención en el área de salud, era imposible dedicarse a esa labor ignorando las múltiples necesidades de la comunidad, muchas relacionadas entre sí. "Nuestro trabajo va mucho más allá de la medicina", confesó Oporta, "Facilitamos a la gente cerdos y pollos. Les enseñamos a cocinar verduras. Distribuimos semillas de árboles, así la gente puede plantar algo con vistas al futuro. Hemos construido 4.000 letrinas". Su grupo da apoyo incluso en el área de educación. Mientras el gobierno construye las escuelas, aseguró, Acción Médica pone las mesas, las sillas, y en muchas ocasiones incluso paga los salarios a los maestros.
En orden de prioridades, lo primero ha sido ayudar a que las familias afectadas por el huracán Mitch puedan volver a empezar. Antes de Mitch, la gente era muy pobre, subsistía con arroz y frijoles que ellos mismos cultivaban, y con algo de pescado del río o caza de los bosques. Cuando todo fallaba, se alimentaban de bananos salvajes, secando el fruto y moliéndolo como harina para cocinar una especie de torta. Pero el terrible azote de las inundaciones arrastró hasta el suelo mismo. Actualmente, cuando la gente intenta cultivar arroz y frijoles, las semillas germinan, luchan por sobrevivir y mueren. Incluso el banano salvaje ha desaparecido de muchas zonas, dejando a la gente totalmente desamparada.
La vivienda es quizás la necesidad más urgente. Normalmente hubiera sido fácil sustituir las humildres construcciones de madera y hoja de palma, tradicionales de la región. Pero el huracán destruyó los palmerales y, con ellos, la fuente de materiales de construcción. Los grupos de ayuda están ayudando a construir nuevas viviendas con techos de zinc y, en algunos casos, paredes de cemento. "De no haber contado aquí con estos grupos", aseguró Oporta, "Waspam estaría muerto".
Los habitantes airean sus sospechas.Al salir de Waspam, Oporta ofreció prestarnos un equipo de radio por si surgía algún problema en el camino. Declinamos su oferta sin pensar, como después pudimos constatar, que estabamos cometiendo una gran equivocación. La carretera se estrechó, se bifurcó, se volvió a bifurcar, y el conductor admitió al fin que estábamos perdidos. ¿Debíamos continuar o regresarnos? El dilema se resolvió por sí sólo cuando, de pronto, escuchamos un ruido de disparo procedente de la parte inferior del sufrido vehículo y la parte izquierda del mismo se vino abajo hasta casi tocar el suelo.
De regreso a Waspam, la camioneta se adentró en el pueblo de Saupuka. En comunidades pobres y aisladas como esta es donde el nuevo proyecto del BID encontrará sus mayores retos. El conductor se detuvo frente al edificio rojiblanco de la iglesia Moravia. Un muchacho salió corriendo en busca del juez indígena Prudaes Daniwak. Regresó con noticias de que Daniwak se encontraba en un entierro, pero que regresaría pronto.
Muy pronto se reunieron junto a la iglesia el juez Daniwak, el pastor Eugenio Jerry y algunos ancianos del pueblo. A medida que relataban historias del lugar, quedaba claro que las instituciones formales de gobierno están aún más ausentes en Saupuka que en Waspam. Los asuntos del pueblo se deciden de acuerdo con las tradiciones miskitas. Sin recursos, y prácticamente sin ayuda externa, Daniwak y los suyos tienen que afrontar los problemas tradicionales de una comunidad, pero multiplicados varias veces por una pobreza aparentemente insalvable.
"Aquí la gente nace pobre y muere pobre", confesó Daniwak. "Nuestra ciudad tiene 4.000 habitantes, y tiene 4.000 problemas".
Le preocupan sobre todo jóvenes y mayores. "Aquí no hay trabajo, así que los jóvenes están ociosos. Pueden robar pollos, un cerdo, incluso una vaca", aseguró. Cuando esto ocurre y se detiene al culpable, la tarea del juez es aplicar sus limitados conocimientos sobre la ley del país.
Están también las ancianas viudas que no tienen quién se ocupe de ellas, ni siquiera la iglesia. "La iglesia también es pobre", dijo Daniwak. "Cuando una mujer pobre muere, la iglesia ayuda con el funeral, pero no antes".
Ninguno de los líderes del pueblo había oído hablar del nuevo programa para el desarrollo local financiado por el BID. Cuando supieron que este programa financiaría proyectos a solicitud de la comunidad, se mostraron escépticos. Ya habían recibido promesas en el pasado. Pero, si en efecto se les consulta, dicen que pedirán un almacén para guardar sus productos agrícolas y así evitar estar tan a merced de los intermediarios.
Ya era tarde cuando regresamos a Waspam. Oporta insistió para que pasáramos la noche allí y, al ver rechazada la oferta, volvió a ofrecer el equipo de radio. Mientras tanto, la camioneta se encontraba en un taller de reparaciones donde el único equipo visible consistía en una llave inglesa, un martillo de acero y un soldador. Smith y el conductor se fueron paseando hasta un parque para visitar una placa de cemento en la que estaban inscritos los nombres de la pobladores locales muertos durante la guerra civil. Ante ella se levantaba un trípode en que se apoyaba un puñado de oxidados rifles automáticos, medio enterrados en el polvo. Los visitantes recorrieron la lista con sus dedos, deteniéndose al reconocer el nombre de familiares y viejos amigos de escuela.
La tuerca soldada ("Utilicé acero de la mejor clase", aseguró el mecánico) sólo aguantó hasta la salida del pueblo. Cuando el conductor consiguió finalmente localizar al mecánico, la luna llena brillaba ya sobre las desiertas calles de Waspan.
La nueva reparación dio mejores resultados, incluso a pesar de una adicional e inesperada carga de pasajeros. En un estrecho y solitario tramo de la carretera, la luz de una linterna dio el alto a la camioneta y un grupo de siete soldados con rifles automáticos a la espalda subieron al vehículo. Los militares venían de perseguir a un grupo de rebeldes que recientemente habían dado muerte a varios policías. Después de semanas de infructuosa búsqueda en la selva, regresaban finalmente a casa.
La camioneta se aproximó a las primeras luces de Puerto Cabezas. Trás recorrer algunas cuadras, se inclinó violentamente a un lado, hundiendo el parachoques en el polvo. Los soldados descendieron y desaparecieron en la noche.
Existen muchas maneras de llegar a conocer la realidad de la Costa Atlántica de Nicaragua. Un viaje a Bismuna es una de ellas.