En un lugar cualquiera de los Andes ecuatorianos, los niños de una escuela primaria escuchan de la maestra relatos de sus antepasados. En su imaginación, son historias que desvelan muchos de los misterios y secretos de la vida que les rodea y les sirven para entender la lluvia, el sol, los eclipses, la guerra, los héroes, el origen de los pueblos, la llegada de los españoles o el vuelo de los pájaros.
Estas historias durmieron por mucho tiempo hasta que un esfuerzo conjunto de la Casa de Cultura Ecuatoriana y el Programa de Desarrollo Cultural del Centro Cultural del BID las rescató del olvido para publicarlas en formato de libro, en edición bilingüe quéchua-español vivamente ilustrada. No sólo los niños se benefician de estos relatos; también pueden llevarlos a sus hogares, compartirlos con sus familias y contrastar estas historias con la memoria de sus padres y abuelos.
En San Bernardino Contla, estado mexicano de Tlaxcala, 40 artesanos tejedores siguen con atención las explicaciones de un experto que les muestra cómo servirse de productos naturales —plantas, minerales y animales— para teñir sus fibras de algodón, lana, manta y henequén con las que más tarde tejerán auténticas obras de arte.
“La cochinilla para el rojo y derivados, el índigo para los añiles, el caracol para el púrpura. Aquí tienen un ejemplo con flores y cortezas de árbol”, les expone el experto. A lo largo del curso también enseña cómo limpiar la materia prima, lavar, teñir, secar y devanar las madejas. El objetivo del Taller–Encuentro Nacional de Artesanos Tintoreros, celebrado el pasado septiembre y financiado en parte por el Programa de Desarrollo Cultural del Centro Cultural del BID, fue ayudar a estos artesanos a lograr una mayor calidad para sus productos, con una mejor venta y el toque ecológico de dejar de lado los tintes químicos, además de rescatar conocimientos que hacen parte de una tradición que de otra forma se relegaría al olvido.
Para llenar un vacío. Dentro de los millonarios o modestos presupuestos de la región latinoamericana, la cultura no merece un lugar destacado. Y esa limitada inversión cultural deja siempre fuera a un sector: los valores por descubrir, pequeños proyectos como los antes mencionados. Demasiado chicos para quienes se ocupan de museos, monumentos y otras joyas de la tradición. Excesivamente caro para otros, como los ministerios de educación, cuya prioridad está en profesores, aulas y materiales de enseñanza.
De esta carencia surgió en el Centro Cultural del BID, en 1994, la idea de promover y poner en marcha en la región pequeños proyectos culturales cuyo alcance puede llegar a ser grande. “Hemos querido llenar ese vacío que es general en todos los países”, comenta Félix Ángel, al frente del Centro Cultural del BID. “Se trata del primer paso, ese ir descubriendo los talentos, publicar un libro, poner en marcha pequeños centros artesanales, ofrecerles capacitación, echarle una mano a un pequeño violinista”, comenta. Una vez se inicia la actividad, los proyectos se autofinancian o encuentran una fuente alternativa de recursos para sostenerse.
Aspiraciones musicales. En el año 2001 se apoyaron 39 iniciativas. Muchas de ellas fueron a beneficiar a “promesas”, niños y jóvenes con talento necesitados de un “empujoncito” para destacar. En la ciudad de Santiago de los Caballeros, República Dominicana, se impartieron clases magistrales a 30 jóvenes instrumentalistas de violín y violoncello, de 6 a 25 años, con el fin de elevar su nivel técnico y artístico. Además de formar y motivar a los becarios, el Taller de Interpretación de Violín y Cello culminó con un concierto que tuvo amplio eco en los medios de comunicación nacionales.
La riqueza del folclor andino tiene una de sus expresiones más vivas en la danza —preincaica, incaica y posterior— a través de la que se relatan hechos y tradiciones como las labores del campo, los ritos religiosos y familiares o las hazañas guerreras. Una forma de que esas danzas perduren es que los niños las aprendan. El pasado noviembre, un periódico de la ciudad de Huancayo admitía: “Está claro que con ellos nuestro folklore está a salvo”. Se refería al Concurso Escolar de Danzas que se había celebrado en la ciudad con la participación de 55 delegaciones de escuelas primarias y cerca de 10.000 asistentes. El apoyo del Programa de Desarrollo Cultural del BID había también cubierto la capacitación de 132 profesores de primaria que luego podrían transmitir ese conocimiento sobre las danzas andinas a sus futuros alumnos.
Uno de los requerimientos musicales más solicitados se refiere a los instrumentos tradicionales de música para orquestas juveniles y en este campo el programa del BID ha cubierto siete solicitudes en el año 2001.Labor socio-cultural. Una emisora de radio hondureña recibió fondos que le permitieron emitir, y editar en disco compacto, una serie de programas especiales dedicados a la divulgación de las culturas indígenas y afrolatinas, ignoradas en gran parte por la mayoritaria población ladina. En varias series radiofónicas, con una cobertura que estiman sobre los 250.000 oyentes, Nuestra Voz dejó que garífunas, lencas, tolupanes y misquitos expusieran su realidad, cultura, inquietudes y necesidades.
No es poco servicio para pueblos que se autodefinen en crisis, marginados o aculturizados. Los lencas perdieron su lengua materna y luchan hoy por recuperarla. Los garífunas confiesan sufrir pobreza y marginación a causa de su éxodo hacia los centros urbanos. El pueblo misquito sufre los efectos devastadores del narcotráfico. Los tolupanes se consideran un pueblo olvidado. Todos ellos confiesan tener deseos de recuperar la riqueza de sus tradiciones perdidas. Un primer paso fue hacerse escuchar.
“Sin dignidad no hay desarrollo. Esta experiencia con los proyectos de promoción cultural nos ha permitido obtener una auténtica radiografía socio-cultural de la región”, asegura Félix Ángel. “Pero sólo podemos llegar a cubrir una mínima parte de las necesidades que cada año nos llegan a través de infinidad de propuestas”.
La capacitación técnica, la recuperación de tradiciones, la conservación del patrimonio y la educación de la juventud son los objetivos fundamentales del Centro Cultural del BID en la selección de proyectos dentro de su programa. Sin olvidar a los marginados y discapacitados. En el 2001, el programa financió la publicación de 300 portafolios con grabados del taller La Estampa. En este caso las artistas fueron 12 reclusas de la penitenciaría de la ciudad de Buenos Aires. En Costa Rica, se rehabilitó un vagón de ferrocarril como local de exposición de obras artísticas realizadas por personas discapacitadas. Y en Ecuador, el programa financió talleres artísticos interdisciplinarios para niños de la calle y jóvenes trabajadores informales con el fin de que un día puedan establecerse como microempresas e independizarse económicamente.