“En general, el mundo ha realizado una mala labor a este respecto”, declaró Geeta Rao Gupta, del Centro Internacional de Estudios sobre la Mujer, refiriéndose a los avances realizados para el cumplimiento del tercer Objetivo de Desarrollo para el Milenio (ODM), a través del cual se busca alcanzar la equidad entre los géneros en 175 países antes del 2015. “En comparación, América Latina se ha desempeñado relativamente bien”.
Gupta, quien también forma parte del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas para el Tercer ODM, realizó una disertación durante una presentación del Consejo Asesor Externo de la Mujer en el Desarrollo, auspiciado por el Banco Interamericano de Desarrollo en su sede de Washington, D.C. a principios de setiembre.
En este evento, titulado “Las implicaciones del género en los Objetivos de Desarrollo para el Milenio”, miembros del panel provenientes del Centro Internacional de Estudios sobre la Mujer, el Diálogo Interamericano, el Banco Mundial y el BID, analizaron las implicaciones de género en los Objetivos de Desarrollo para el Milenio (ODM), como también ponderaron el uso de estos objetivos para la consecución de la igualdad entre los géneros y la definición de los objetivos de desarrollo para América Latina y el Caribe.
En la Reunión Cumbre de las Naciones Unidas, realizada en el mes de septiembre de 2000, la comunidad internacional reiteró su compromiso de hacer frente a los principales desafíos del desarrollo acordando obtener ocho objetivos antes de 2015 y combatir a la pobreza, el hambre, las enfermedades, el analfabetismo, la contaminación ambiental y la discriminación de la mujer.
¿Por qué es tan importante alcanzar la igualdad entre los géneros?
Karon Mason, la Directora para el Género y el Desarrollo del Banco Mundial, expresó que “en la actualidad sabemos que si se hubiera reducido la brecha entre los géneros en la escuela en la región del sub-Sahara en Africa en la misma medida que se redujo en el Sureste Asiático, se hubiera evidenciado un crecimiento del 80 por ciento en la región entre 1960 y 1980. Es incuestionable que la igualdad entre los géneros en cuanto a la capacitación y el acceso a los recursos acelera el crecimiento económico”.
Asimismo, Mason proporcionó información que muestra que la igualdad entre los géneros conlleva la reducción en las tasas de mortalidad infantil. “Acorde a un estudio realizado en 25 países en desarrollo, un período equivalente de uno a tres años de alfabetización materna redujo la mortalidad infantil en un 15 por ciento, en comparación con apenas un 6 por ciento cuando solamente el padre recibe instrucción”, indicó.
Otro estudio realizado por el Banco Mundial evidencia que los ingresos maternos son veinte veces más propensos a impactar la supervivencia de un niño que los de los padres. “En general, los hombres gastan el dinero en sí mismos, cuando lo tienen, mientras que las mujeres gastan sus ingresos en sus hijos y en sus hogares”, expresó Mason.
¿Cómo definimos a la equidad de los géneros?
El grupo de trabajo define a la equidad de los géneros como “las mismas oportunidades para las mujeres que para los hombres en tres áreas principales: la capacitación, el acceso a los recursos y las oportunidades, y la capacidad para influenciar y contribuir a los resultados.” Los indicadores para medir el progreso hacia la equidad entre los géneros incluye la proporción de niñas y niños en las escuelas primarias, secundarias, y en las universidades, la tasa de mujeres alfabetizadas versus la de hombres en el grupo de 15 a 25 años, el porcentaje de los salarios percibidos por las mujeres que trabajan en ocupaciones no agrícolas y el número de mujeres en los parlamentos nacionales.
Sin embargo, Peter Hakim, Presidente del Diálogo Interamericano, cuestionó la exactitud de los indicadores utilizados para medir la obtención de los objetivos para el milenio.
“Uno de los principales problemas de estos Objetivos es la falta de estadísticas para la evaluación de los adelantos en cada uno de los mismos. Mi recomendación a la comunidad internacional es obtener mejores estadísticas como primer objetivo para el desarrollo e invertir más dinero en la formulación de mejores métodos para la realización de estos estudios”, expresó Hakim. “Si el BID y los otros organismos multilaterales no abogan por más y mejor recolección de datos, ¿quién lo va a hacer?”
Ninguna solución es universal
Hakim sugirió también que el concepto de “una solución universal”, en cuanto a los objetivos de desarrollo propugnado por las Naciones Unidas, no tiene validez. “Necesitamos objetivos que evolucionen, no que se estanquen. América Latina ha avanzado mucho para la mayoría de los ODM”, agregó.
La región de América Latina y el Caribe ocupó el 65º lugar entre 175 países en el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el cual incluye tanto a los países y regiones desarrollados como en vías de desarrollo y evalúa las tres dimensiones básicas del desarrollo humano: una vida saludable y prolongada, el conocimiento y condiciones decentes de vida.
Hakim señaló que “la inequidad en América Latina, medida como la relación entre el 10 por ciento más adinerado y el 10 por ciento con menos recursos, es mucho más pronunciada que en otras regiones en el mundo”. Las relaciones de inequidad entre Paraguay y Brasil son respectivamente 91 y 66, mientras que en India, China y Tailandia, las tasas alcanzan un 10, 13, y 13 respectivamente. “Esto nos lleva a enfatizar la importancia de contar con objetivos desagregados de desarrollo”, agregó Hakim.
Gabriela Vega, Jefa de la Unidad de Desarrollo de la Mujer del BID, coincidió con Hakim en la necesidad de desagregar los indicadores y reunir más información, tomando en cuenta las diferencias étnicas y raciales y otros factores. “En América Latina y el Caribe, los promedios nacionales incluyen enormes disparidades en cuanto a los indicadores de ingresos económicos, diferencias étnicas, y las áreas geográficas”, indicó Vega.
“Las mujeres indígenas reciben mucha menos educación formal una vez que cumplen los once años de edad, en comparación con mujeres no indígenas, o aún con hombres indígenas”, informó Vega. “Entre las mujeres de 25 a 60 años de edad, las de procedencia indígena en Perú, Guatemala, y Bolivia ganan entre un 17, 37, y 41 por ciento menos respectivamente, que las no indígenas, de la misma manera que en Brasil, las mujeres afro-brasileras ganan un 25 por ciento menos que las mujeres blancas”.
“El BID reconoce la necesidad de desagregar los indicadores por género, raza, grupo étnico, y área geográfica”, indicó Vega. “En la actualidad, se está financiando un programa de cooperación técnica, conjuntamente con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), y el Banco Mundial, el cual ayudará a formular mejores indicadores para varios de los ODM, incluyendo el objetivo de la equidad entre los géneros y el fortalecimiento de los institutos nacionales de estadística en la región”.