Una vez más Centroamérica salta al primer plano de actualidad, y una vez más la noticia no es buena.
El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala, duramente golpeados por desastres naturales y conflictos armados en las últimas décadas, padecen actualmente lo que podría ser la sequía más grave de su historia reciente y provocando, como consecuencia, una epidemia de hambre que está afectando de manera alarmante a las regiones más pobres de cada país.
La crisis alimentaria se verá agravada por las recientes inundaciones en el norte de Honduras que arrasaron las cosechas de miles de campesinos.
Por si fuera poco, los precios del café, uno de los principales productos de exportación de la región, se han desplomado en el mercado internacional, agravando aún más la situación de extrema crisis que vive la región.
Aproximadamente 1.4 millones de campesinos han perdido de un 80 a un 100 por ciento de sus cosechas de maíz, frijol y maicillo, productos básicos de su sustento. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA) ha hecho un llamamiento a gobiernos y organismos internacionales para que envíen ayuda alimentaria ya que los recursos disponibles son insuficientes para hacer frente a esta grave situación de emergencia, que afecta especialmente a mujeres gestantes y niños.
El retraso de las lluvias de junio y julio arruinó la cosecha de agosto-septiembre y, según pronósticos, pondría también en peligro la segunda cosecha que debería empezar a sembrarse ya, lo que llevaría la situación actual a extremos catastróficos. Llegan noticias de poblaciones indígenas, como la etnia chortí de Guatemala, que ha perdido el 90 por ciento de sus cultivos y sobreviven con hierbas del campo, o la etnia hondureña garífuna que se está alimentando con comida para animales para no morir de hambre, familias que comen cada dos días, niños que llegan a centros de salud en avanzado estado de desnutrición, marchas de protesta de los trabajadores cafetaleros sin trabajo ni ingresos para subsistir.
Es como si sobre esta región pesara una maldición por la que todos los elementos de la naturaleza se hubieran conjurado para destrozarla. El huracán Mitch, el fenómeno climatológico El Niño, terremotos, volcanes, y ahora la sequía. ¿O es esto sólo parte de la historia?
La mano del hombre. A juzgar por diagnósticos y pronósticos emitidos sobre la penosa realidad centroamericana, la responsabilidad de tanto desastre es compartida y también atribuíble a la acción del hombre. La naturaleza descarga su latigazo y embiste, pero la terrible dimensión de sus efectos es mayor porque el hombre le facilita su trabajo: la desforestación permite que las aguas y el lodo arrasen con las viviendas y los campos de los más pobres, aquellos que viven hacinados en las laderas de montañas y volcanes o en la cuenca de ríos donde nadie más quiere vivir ni cultivar. Y sobre esto, la región carece de las políticas necesarias para enfrentar los problemas endémicos de la agricultura, sector que sigue marginado de la economía global de cada país.
"El impacto social y económico de esta sequía entre la gente se podía haber mitigado sustancialmente si la región contase con medidas de prevención adecuadas, incluyendo la protección de fuentes de agua, la asignación eficiente del recurso hídrico, la conservación de suelos, el manejo de la información hidrometeorológica, así como el manejo de inventarios y almacenamiento de granos y alimentos, y la utilización de mecanismos financieros contingentes para afrontar años de 'vacas flacas', como ocurre en otros países que sufren sequías", afirma Ricardo Quiroga, economista principal de la División de Administración de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Región 2 del BID. "El proceso de 'desertización' debido al deterioro de los suelos y al agotamiento de fuentes de agua es continuo y acelerado en la región y atribuible en gran medida a prácticas insostenibles de producción. El BID lleva muchos años apoyando a los gobiernos de la región a implementar programas dirigidos a mejorar el uso de los suelos, el agua y los bosques a partir de un desarrollo rural sostenible"
La familiar ruta del desastre. La sequía actual ha seguido la ruta del "corredor de vulnerabilidad agroecológica" que coincide con las zonas más deprimidas, áridas y pobres de la región, arrasando los cultivos de subsistencia de poblaciones que carecen de infraestructura de riego o de facilidades de almacenamiento de aguas. Al parecer, la sequía no ha hecho más que agravar la mala situación alimentaria subyacente en una región que ya padecía alarmantes índices de desnutrición.
Honduras. Antes de la crisis, un informe de PMA indicaba que Honduras se hallaba en gran riesgo. "La escasez de alimento es un problema estructural especialmente agudo en las áreas rurales, donde las familias carecen de los medios necesarios para obtener su sustento diario". Junto con Haití, Nicaragua y Bolivia, Honduras tiene un nivel muy alto de desnutrición y escasa capacidad de reacción a las adversidades. Los pronósticos indican que la situación permanecerá a un nivel crítico a mediano y largo plazo, especialmente para la población materno-infantil. Entre otros efectos, se podrían producir una mayor mortalidad infantil y perinatal, retraso temporal y permanente del desarrollo psicomotor, mayor vulnerabilidad a las enfermedades, y eventual disminución de rendimiento académico y de la productividad en edad adulta.
Nicaragua. Según PMA, el 80 por ciento de los nicaragüenses que sufren extrema pobreza viven en áreas rurales en las que catástrofes naturales como inundaciones y sequías son un fenómeno recurrente. El 32 por ciento de los niños menores de cinco años presentan algún grado de desnutrición. Expertos del BID aseguran que el país es extremadamente vulnerable en términos de seguridad alimentaria.
El Salvador. El diagnóstico de PMA sobre El Salvador tampoco es halagüeño. A la superpoblación y la inseguridad alimentaria habría que sumar los efectos devastadores del huracán Mitch en 1998, que afectó seriamente al sector agrícola del país y su capacidad de producir alimentos primarios. En 1998, el índice de desnutrición era de 29.6 por ciento en el campo, y el nivel nacional de desnutrición crónica infantil alcanzaba un 30 por ciento.
Guatemala. También este país sufre serias deficiencias en términos de nutrición, según PMA. Aproximadamente un 65 por ciento de la población presenta algún grado de desnutrición, flagelo que ocupa el tercer lugar como causa de muerte en Guatemala.
"Es evidente que el problema subyacente del hambre ha empeorado debido a la sequía", declara Francisco Roque Castro, director de PMA para América Latina y el Caribe. Y añadió: "El problema de fondo es la pobreza extrema y éste no está resuelto". Según las perspectivas de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el crecimiento económico en la región, inicialmente previsto en un 2,5 por ciento, será ahora menor al 1 por ciento.
Soluciones de largo plazo. Resulta trágico pensar que parte de los daños humanos y materiales provocados por los desastres que han golpeado a la región, Mitch y esta sequía por ejemplo, se podrían haber mitigado con medidas preventivas y una mejor administración y explotación de los recursos naturales.
"El Mitch y esta sequía están abriendo los ojos a sectores importantes de la vida pública de los países afectados porque la magnitud de estas catástrofes está generando consecuencias más severas que antes", afirma Ricardo Quiroga. "Pero las soluciones de fondo son a medio y largo plazo. La sequía en Centroamérica no es tanto un problema de escasez de agua, sino de la distribución entre áreas de gran abundancia y otras de escasez. Faltan instrumentos básicos de gestión que permitan su asignación racional. La estrategia de recursos hídricos del Banco es muy clara en reconocer que un manejo integrado del recurso a nivel de cuencas hidrográficas permitiría evitar impactos desastrosos por inundaciones y al mismo tiempo administrar mejor el agua en sus diferentes usos".
A los países de la región les queda todavía por aprobar y aplicar leyes modernas sobre el aprovechamiento y administración de los recursos naturales, según Quiroga. Y otro gran problema a resolver es la regulación sobre la tenencia de la tierra y la falta de verdaderos mercados de tierra, de aguas y financieros que generen verdaderas posibilidades de desarrollo para los habitantes del medio rural. Lo que se ha avanzado a la fecha en temas de legislación y regulación no es suficiente. En el mejor de los casos, hay varias leyes que están todavía en fase de propuesta o bien aguardan debates parlamentarios para ser aprobadas. "Lo positivo es que existen nuevas propuestas, hay mayor grado de conciencia pública y muchas buenas iniciativas para atacar los problemas de la pobreza rural de raíz", dice Quiroga.
Otra carencia de la región está en el área del manejo de la información. Existen grandes limitaciones en los conocimientos sobre causa-efecto de las crisis. No hay un monitoreo sistemático sobre las condiciones climáticas o hidrometereológicas, ni sobre las varias interrelaciones de procesos que determinan el impacto de una sequía. Y es difícil tomar decisiones y anticipar contratiempos con acierto. "En parte es un tema de falta de recursos", asegura Quiroga. "La información hidrometeorológica todavía no ha sido valorada en su real dimensión y no existen mecanismos que permitan recuperar los costos que generan estos conocimientos". En general, los servicios hidrológicos y meteorológicos son muy débiles. Es necesario encontrar una fórmula innovativa que permita garantizar la sostenibilidad de la generación y difusión de este tipo de información a nivel regional.
Iniciativas del BID. El Banco está trabajando con los países de la región aplicando una visión de desarrollo rural que busca atacar frontalmente los condicionantes de pobreza, que es la raíz de la vulnerabilidad social, con o sin desastres naturales. Para atacar los problemas que causan los procesos de desertificación y degradación de los recursos naturales, principalmente el suelo, agua y bosques, el BID está financiando en Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador programas de manejo de recursos naturales a nivel de cuencas y subcuencas prioritarias. Según Quiroga, "En todos los casos los problemas son similares: los suelos erosionados pierden su productividad, se reduce la capacidad de los productores de generar ingresos, se incrementan los conflictos sociales debido a la escasez de agua o la falta de acceso a ésta, y aumenta la vulnerabilidad ante los desatres naturales."
En general, estos programas buscan incrementar el ingreso y la calidad de vida de pequeños productores de ladera, principalmente dedicados a granos básicos, a través de prácticas que mejoran la productividad de los suelos, el uso más eficiente del agua, y la diversificación de cultivos. Igualmente, a nivel de cuencas se busca contribuir a reducir la vulnerabilidad física y lograr servicios ambientales que favorezcan a toda la población.
Una característica importante de estas iniciativas es el incorporar a comunidades, organizaciones de base y gobiernos locales en todo el proceso de gestación y ejecución de actividades. Una descentralizada toma de decisiones y el ordenamiento territorial participativo son factores de apropiación local de los proyectos que están dando muy buenos resultados. Según Quiroga, las operaciones del Banco ya han demostrado resultados concretos en las cuencas del Chixoy en Guatemala, el Cajón en Honduras y el Alto Lempa en El Salvador. En Nicaragua se acaba de aprobar una segunda operación del Programa Socioambiental y de Desarrollo Forestal (POSAF), basada en los resultados positivos de la primera fase. Los agricultores toman medidas de preservación y uso racional de tierras, agua y bosques, no simplemente porque son buenas para el medio ambiente, sino porque significan para ellos una fuente de mayores ingresos y una mejor calidad de vida.
A fines del año 2000 se realizó la Sexta Reunión Regional del Programa Marco de las Naciones Unidas para el Combate de la Desertización en San Salvador —con apoyo del BID y fondos daneses de cooperación técnica— para la preparación de los informes técnico-científicos. Éstos confirman que grandes áreas de la región están amenazadas por procesos de desertización e impactos de sequías, debido principalmente a la acción del hombre. Reconociendo esto, los países centroamericanos se han comprometido a preparar un plan de acción nacional para la lucha contra la desertización y la sequía. "El BID está en una excelente posición para ayudar a la eventual implementación de estos planes", según Quiroga.
El reconocimiento de que muchas tragedias pasadas podrían haberse evitado o aminorado, ha servido de toque de alerta para tomar decisiones drásticas y a largo plazo en América Central. El proceso de reconstrucción de las zonas afectadas por el Mitch incluye acciones integradas de regulación y administración de las cuencas fluviales que, de llevarse a buen término, controlarían buena parte del impacto de futuros desastres naturales en la región. En el mejor de los casos, la acción planificada del hombre permitiría amortiguar los catastróficos efectos de una naturaleza desatada, no empeorarlos.