Según muchos biólogos, la Tierra está en un proceso de extinción masiva que implica la muerte de plantas y animales en una escala sufrida pocas veces en los 4.600 millones de años de historia del planeta.
La más reciente extinción masiva, ocurrida hace 65 millones de años, arrasó con los dinosaurios y probablemente fue causada por el impacto explosivo de un meteorito. En cambio, la presente extinción se desenvuelve sigilosamente como resultado de una destrucción masiva de hábitats naturales a manos de la humanidad. Una rara orquídea aquí, un minúsculo insecto allá; cuando el último miembro de una especie muere, no vuelve a ser visto ni registrado.
Las especies están desapareciendo a una tasa entre 100 y 1.000 veces mayor a la normal. Según el biólogo Edward 0. Wilson, de la universidad de Harvard, a menos que se haga algo, este siglo marcará el fin de la era cenozoica. La próxima fase de la historia de la Tierra, agrega el científico, podría llamarse la "era eremozoica", o la edad de soledad.
Pero aún hay esperanzas. La biodiversidad no está distribuida de manera pareja por toda la Tierra, más bien está concentrada en ciertas áreas. Hace una década, el ecologista británico Norman Myers creó el concepto de "zonas calientes de biodiversidad" para identificar estas áreas críticas y ayudar a guiar el trabajo de las organizaciones conservacionistas. En una nota publicada recientemente en la revista británica Nature, Myers, junto con el presidente de la entidad norteamericana Conservation International, Russell A. Mittermeier, y otros, presentaron un extenso argumento para concentrar los esfuerzos de conservación en estas zonas con el fin de obtener la mayor protección posible con el dinero disponible para invertir. "El concepto de los sitios calientes puede convertir un problema profundo en una oportunidad magnífica”, dice Myers. "No se me ocurre ninguna otra iniciativa de biodiversidad que pueda lograr tanto a un costo relativamente bajo".
Rico y acosado. La nota de Nature identificó 25 zonas calientes que abarcan tan sólo 1,4 por ciento de la superficie terrestre del planeta (el estudio no incluye los hábitats acuáticos) pero que sin embargo representan 44 por ciento de todas las especies de plantas vasculares y 35 por ciento de cuatro grupos de vertebrados. Los autores utilizaron dos factores para determinar las zonas calientes: el número de especies endémicas (que no se encuentran en ninguna otra parte) y el grado de amenaza de extinción.
Para calificar como amenazada, una zona debe tener menos de 30 por ciento de su hábitat natural original. Por ejemplo, la cuenca amazónica tiene un inmenso número de especies endémicas, pero como gran parte de su territorio permanece intacto, no califica como zona caliente. En cambio, hoy sólo queda el equivalente a cinco por ciento de la superficie original del bosque atlántico de Brasil, otro rico repositorio de especies.
Siete de las zonas calientes están en América Latina y el Caribe. Tres de ellas figuran entre los cinco sitios más críticos del mundo: los Andes tropicales, el bosque atlántico brasileño y el Caribe. Los Andes tropicales califican como una de las dos zonas "hipercalientes" por su número excepcional de plantas endémicas (unas 20.000 en total) así como por su número de vertebrados endémicos, el más alto del mundo.
Casi 38 por ciento de la extensión total de las zonas calientes del mundo está en parques y reservas, aunque el nivel real de protección suele ser limitado. El resto no tiene ninguna protección. Si bien la protección total es la mejor opción, cuando resulta posible, los autores aseguran que, en lugares con grandes poblaciones, también puede ser efectivo mezclar elementos de protección con ciertos usos.
El costo de revertir la tendencia actual sería alto pero no descabellado, agregan los autores. Si durante un lustro se gastaran unos 20 millones de dólares al año en cada zona caliente, se lograría una protección bastante efectiva. Aunque esto es mucho más de lo que se gasta hoy en día, representaría sólo una fracción de los 1,5 billones de dólares que se gastan anualmente en subsidios que agravan la degradación ambiental.