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Agricultura en Haití: crecientes inversiones en productividad

Con apoyo del BID, el gobierno haitiano lleva adelante diversos proyectos para impulsar las inversiones en el campo, la producción sostenible y la conservación de los recursos natruales

La agricultura sigue siendo un sector clave para Haití, donde más de mitad de su población vive en zonas rurales. El BID, junto con otros donantes, apoya el plan nacional de agricultura del gobierno haitiano, que se concibió para tratar los problemas estructurales del sector. El conocimiento sectorial del BID y su experiencia desde antes del terremoto definen su fortaleza comparativa y atribuyen al sector una prioridad continua durante los próximos cuatro años.

Hoy día, la cartera del BID en el sector de la agricultura comprende proyectos por valor de US$200 millones concentrados, sustancialmente, en las principales zonas de producción agrícola de las regiones del Norte y Artibonite. Incluyen inversiones en infraestructura de riego y protección contra inundaciones, subsidios para promoción de transferencias de tecnología y prácticas agrícolas sostenibles, mejoramiento de servicios como los controles fitosanitarios y respaldo a medidas de regularización de la tenencia de la tierra.

Desde el terremoto, el FOMIN del BID también ha buscado formas novedosas para mejorar la producción y los ingresos agrícolas. Ha establecido alianzas a fin de respaldar proyectos relacionados con las dos principales cadenas de valor, el mango y el café. En el primer caso, en asociación con Coca Cola, USAID y la ONG TechnoServe, para capacitar a unos 25.000 agricultores con objeto de que dupliquen sus ingresos derivados del cultivo del mango. En lo tocante al café, el FOMIN respalda un proyecto con la agencia francesa de desarrollo AFD, Nestlé, Agrónomos y Veterinarios sin Fronteras y la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, para restablecer a Haití como productor y exportador de primera línea.

Protección del granero de Haití

En el valle del río Artibonite, la principal región agrícola de Haití, el BID ha apoyado durante mucho tiempo un programa para intensificar la producción de arroz y hortalizas. La mayoría de las inversiones se ha orientado hacia la protección, rehabilitación y expansión de la red de riego, la mayor del país. Gracias a este programa, durante los dos años recientes la superficie con riego aumentó 5.000 hectáreas durante la estación seca y 7.000 hectáreas durante la temporada de lluvias, permitiendo que más de 10.000 agricultores obtengan dos cosechas por año.

"Las reparaciones realizadas en las riberas del río han asegurado la protección de unas 10.000 hectáreas, o alrededor de un tercio de la zona regada de Artibonite”, dijo Marion Le Pommellec, especialista del BID en desarrollo rural, quien encabeza el equipo del programa. “El trabajo que se lleva a cabo actualmente para reforzar la represa de Canneau asegurará la protección de todo el sistema”.

Antes del terremoto del 2010, se había financiado por medio del programa la construcción de un puente de 86 metros sobre el cauce de alivio de Salée, que solía desbordarse durante la temporada de lluvias, aislando a unas 40.000 personas del resto del valle.

El programa también respaldó la rehabilitación de una planta semillera, cuadruplicando su capacidad. La planta suministra semillas seleccionadas a fin de ayudar a los productores de arroz a mejorar sus rendimientos. Los estudios aplicados y la asistencia técnica que brinda el programa, sumados al respaldo de una misión técnica de Taiwan, China, con objeto de introducir técnicas agrícolas más productivas, han demostrado que puede triplicarse la producción en parcelas experimentales, dependiendo de la variedad de arroz que se cultive y de los insumos disponibles.

Pequeña represa, gran impacto

Muchas décadas de deforestación y degradación del suelo han devastado la cuenca del Ennery-Quinte, pero en un proyecto de intensificación de la agricultura financiado por el BID se están usando varios métodos para incrementar la productividad en ese paraje. Una de las técnicas más promisorias es la construcción de micro represas, según Bruno Jacquet, especialista en desarrollo rural del BID.

Usando rocas y hormigón, se construyen pequeñas represas en las quebradas. Durante la estación de lluvias, el agua y los sedimentos acumulados detrás de los muros de retención se asientan en el lecho del río. En menos de un año, se forman parcelas de suelo más rico donde los agricultores pueden plantar cultivos de mayor valor, como el frijol, el ñame o el plátano. A medida que se suceden las estaciones, las zonas fértiles siguen creciendo. Ahora los agricultores pueden usar parte de sus ingresos adicionales para plantar arbustos y árboles en los costados de los barrancos, a fin de proteger sus predios.

Esta técnica, ensayada inicialmente en Haití por especialistas franceses, se expande ahora por medio de un proyecto apoyado por el BID, que ya ha financiado la construcción de 26 micro represas a lo largo del Ennery-Quinte, de un total de 150 planificadas. Habida cuenta de la rápida rentabilidad y el impacto ambiental positivo de estas inversiones (cada micro represa cuesta alrededor de US$5.000) el BID prevé la reproducción de esta experiencia en otras tres zonas donde está financiando programas de gestión de cuencas, dijo Jacquet.

Otros aspectos salientes del proyecto del Ennery-Quinte son el mejoramiento de 50.000 árboles de mango mediante injertos, la construcción de 400 cisternas para almacenar agua de lluvia, un satisfactorio programa experimental de bonos para semillas y la plantación de más de un millón de árboles frutales y madereros en la cuenca.

Este esfuerzo de reforestación debe apuntalarse con otras medidas atinentes a la gobernanza local, como persuadir a los agricultores para que eviten que sus vacas y cabras coman los plantines o se abstengan de quemar los campos para despejarlos antes de plantar. Jacquet señala que esto exigirá métodos alternativos, como el cultivo de forraje para alimentar ganado o la adopción de la agricultura basada en la aplicación de mantillo, que ayuda a conservar el suelo.

Alertas tempranas contra inundaciones

Como país montañoso expuesto a huracanes y tormentas tropicales, Haití sufre con frecuencia inundaciones y deslizamientos de lodo. Para hacer frente a esas amenazas, que pueden cobrar miles de vida, el gobierno haitiano concluyó en 2011 la instalación de un sistema de alertas tempranas que abarca 32 municipios en 13 cuencas fluviales de alto riesgo. La red semi-automatizada formó parte de un proyecto de alerta temprana contra desastres financiado por el BID.

Una red de 52 estaciones de vigilancia a distancia reúne datos como el volumen de las precipitaciones y los niveles del caudal de los ríos. Cuando se acercan a una situación de inundación, los sensores electrónicos transmiten la información a un centro de comando que, a su vez, retransmite el alerta a las distintas entidades responsables de la protección civil. Los miembros de un equipo interinstitucional pueden entonces hacer sonar las alarmas activando cualquiera de las 47 sirenas instaladas en zonas pobladas en alto riesgo. Las sirenas emiten tres sonidos diferentes: uno para simulacros de práctica, otro para cuando se aproximan tormentas y otro para inundaciones.

Como parte del proyecto, se prepararon mapas de riesgo y planes de evacuación para los 32 municipios cubiertos, definiendo las zonas que posiblemente se inundarán y los lugares donde las personas pueden refugiarse. Se capacitó a las autoridades locales y a las comisiones de protección civil para responder a situaciones de emergencia.

Durante la temporada cilcónica del 2011 no hubo alarmas de inundación, pero se usó el sistema de alertas tempranas para informar a la población acerca de la aproximación de dos tormentas tropicales que, eventualmente, eludieron Haití, cuanta Gilles Damais, especialista del BID en desarrollo rural. Los sensores serán calibrados con el tiempo, sobre la base de la información que genere el equipo de control, ofreciendo eventualmente la opción de automatizar el sistema de alarma. Al presente, agregó Damais , las prácticas internacionales óptimas recomiendan la conservación de un elemento de decisión humana en el proceso, a fin de asegurar la activación de otros mecanismos de respuesta a las situaciones de emergencia cuando ocurra lo peor.

 

 

 

 

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