- Aunque el acceso a la educación ha crecido, para muchos jóvenes encontrar un buen empleo continúa siendo un desafío, especialmente en mercados poco competitivos.
- El vínculo entre las aulas y los empleos productivos se rompe cuando pocas empresas innovan y la demanda por trabajadores calificados se estanca.
- Las políticas que fomentan la competencia… son tan esenciales para el desarrollo del capital humano como las que construyen escuelas o capacitan docentes.
En un pueblo en las afueras de Lima, una estudiante que está por terminar la secundaria vuelve a su casa mirando el teléfono y pensando en conseguir un mejor trabajo. Sin embargo, sus perspectivas no son mucho mejores que las de sus padres, que tuvieron poca educación formal. Aunque en América Latina y el Caribe el acceso a la educación se expandió significativamente, para muchos jóvenes encontrar un buen empleo sigue siendo difícil.
Durante décadas, los gobiernos consideraron al capital humano como el motor del desarrollo. Ese razonamiento es sólido. Como señala el informe del BID Aprender Mejor: Políticas Públicas para el Desarrollo de Habilidades, más escolaridad y mejores habilidades deberían llevar a empleos de mayor productividad y mejores ingresos. Pero el acceso a una buena educación es solo una parte del problema. Cuando los mercados son poco competitivos y están dominados por unas pocas empresas, la demanda de trabajadores calificados es baja. Y los estudiantes tienen menos incentivos para adquirir las habilidades que, en mercados más competitivos, se traducirían en mejores salarios. Por eso, las políticas que fomentan la competencia entre firmas son clave tanto para desarrollar el capital humano como para mejorar el bienestar social, un tema central del próximo Desarrollo en las Américas.
En la región, el gasto público en educación aumentó de forma marcada en las últimas tres décadas y hoy ronda el 5% del PIB. Ese mayor esfuerzo permitió ampliar la cobertura, mejorar la formación docente y crear nuevos programas terciarios y técnicos. Sin embargo, a pesar de estos avances por el lado de la oferta, algo en el vínculo entre las aulas y los salarios no está funcionando.
Un componente clave del aprendizaje es el esfuerzo diario que realizan los estudiantes para asistir a clases y cumplir con sus tareas. Para los adolescentes mayores y los jóvenes, ese esfuerzo depende en parte de las recompensas que esperan obtener. Dicho de otro modo, las personas invierten más en educación cuando el mercado laboral hace que ese esfuerzo tenga sentido. Ese vínculo parece débil en la región.
La producción de habilidades, como cualquier otro proceso productivo, depende no solo de la oferta sino también de la demanda. Cuando las empresas no crecen ni innovan, su demanda de trabajadores calificados se estanca. En teoría, el mecanismo debería reforzarse solo: las firmas dinámicas adoptan tecnologías más avanzadas, aumentan la productividad y pagan más, lo que incentiva a los trabajadores a invertir en educación. Pero cuando los mercados están dominados por unas pocas empresas establecidas, o por firmas informales de baja productividad y bajos salarios, ese mecanismo se interrumpe.
Aprender Mejor muestra cómo los incentivos moldean el desempeño. En promedio, los estudiantes de América Latina y el Caribe aprenden solo una fracción de lo que sus pares en países de la OCDE aprenden en los mismos años de escolaridad. Sin embargo, cuando las escuelas vinculan el aprendizaje con oportunidades laborales concretas —a través de programas técnicos de calidad, prácticas profesionales o información sobre trayectorias laborales— los estudiantes responden. La motivación aumenta cuando el esfuerzo conlleva recompensas visibles.
A nivel macro, el documento EstrategiaBID+ Fortalecer el crecimiento sostenible (2025) del BID ayuda a entender por qué esas recompensas no abundan. En mercados poco competitivos y con alta concentración, los retornos medidos a la educación pueden seguir siendo positivos, pero son pocas las firmas que generan los empleos de alta productividad necesarios para sostenerlos.
La EstrategiaBID+ resalta la importancia de un entorno empresarial transparente y de una competencia abierta en los mercados de productos y en el mercado laboral para que las inversiones en capital humano rindan. Los gobiernos pueden ampliar la cobertura educativa, mejorar los puntajes y aumentar las tasas de graduación, pero si la economía no absorbe a los trabajadores calificados en empleos productivos y bien remunerados, el avance será limitado. En cambio, cuando las empresas enfrentan presión para innovar y retener talento, compiten por trabajadores calificados, suben los salarios y con ello aumenta el retorno social de la educación.
Las políticas que fomentan la competencia, disminuyen las barreras de entrada y facilitan la creación de empresas son tan importantes para el desarrollo del capital humano como las que construyen escuelas o capacitan a docentes. De hecho, EstrategiaBID+ presenta a la competencia y a la educación como instrumentos complementarios del crecimiento: una aumenta el stock de habilidades; la otra asegura que esas habilidades se utilicen de manera productiva.
Los mercados más equitativos también favorecen la inclusión. Cuando caen las barreras de entrada y las pequeñas firmas pueden crecer, los trabajadores de hogares de bajos ingresos acceden a mejores empleos. En cambio, cuando unas pocas empresas dominan y la regulación protege a los insiders, la desigualdad persiste, sin importar cuántos años pasen los estudiantes en la escuela.
El crecimiento inclusivo requiere oportunidades para desarrollar habilidades y mercados que funcionen bien, una dinámica analizada en detalle en el próximo informe Desarrollo en las Américas 2025 del BID, Mercados y desarrollo: Cómo la competencia puede mejorar vidas. Este informe, que se publicará próximamente, examina cómo la competencia influye en los niveles de vida en América Latina y el Caribe.
Palabras clave:
Acceso a la Educación