En un país casi sin árboles, los escolares de la montañosa parroquia de Saint Paul de Furcy están contribuyendo a contrarrestar los efectos de toda una historia de deforestación.
Una tarde de verano docenas de niños bajan por un escarpado sendero con canastos sobre sus cabezas. Dentro de cada canasto llevan retoños de árboles cultivados en uno de los viveros que funcionan en tres colegios locales. Los estudiantes, cuyas edades van de los cinco a los 12 años, van camino a una quebrada a plantar cedros y otras especies perennes que fijan el suelo. Una vez que echan raíces, los árboles ayudan a estabilizar las laderas y a prevenir los deslizamientos como uno que dejó una enorme cicatriz de roca desnuda y tierra colorada en una montaña frente a uno de los viveros.
Ninos de apenas cinco años de edad también ayudan a plantar arbolitos cultivados en viveros administrados por escuelas locales.Cientos de niños han participado en el proyecto de reforestación de Furcy, lanzado en el 2005 bajo un programa de desarrollo local administrado por el Fondo de Asistencia Económica y Social (FAES) del gobierno haitiano y financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo. En poco más de un año los niños plantaron unos 30.000 árboles en su parroquia en las alturas del macizo de la Selle, una altiplanicie que domina el sureste de Haití.
Los niños no sólo aprenden acerca de los bosques y del costo de la degradación ambiental. El proyecto también involucra a sus padres, dado que bajo las reglas participativas del FAES la comunidad misma debe decidir qué tipo de árboles quieren plantar. En Furcy, donde la mayoría de las familias cultiva vegetales en pequeños huertos para vender en las aldeas y ciudades cercanas, la gente prefiere los frutales como los aguacates, durazneros y nísperos, que se dan bien en el clima templado de esta parroquia, a más de 1.200 metros sobre el nivel del mar. Los viveros también generan algunos ingresos para las escuelas por la venta de flores frescas, dinero que se usa para cubrir los costos de educación y para otorgar pequeños premios en efectivo a los alumnos con buena asistencia. Además, según el FAES, las tasas de retención escolar han aumentado desde que comenzó el proyecto de reforestación.
Todo lo cual nutre las esperanzas de funcionarios del FAES y del BID de que la experiencia de Furcy inspire a otras comunidades en Haití, que ha perdido casi todo su bosque por las presiones del crecimiento poblacional, las prácticas agropecuarias insostenibles y la producción de carbón vegetal, el principal combustible para cocinar en el país más pobre de las Américas.
“El problema de las inundaciones nace aquí arriba”, comenta Jean Pierre Heurtelou, coordinador del FAES, señalando las montañas alrededor de Furcy. Durante las tormentas tropicales y los huracanes el agua de lluvia baja a raudales por las quebradas, llevándose la escasa tierra negra y creando violentos torrentes de lodo y desechos que suelen llegar hasta la capital, Puerto Príncipe, a 25 kilómetros al norte, o a Leogane, una ciudad costera a 55 kilómetros al oeste de Furcy. El fenómeno se repite en toda la accidentada geografía haitiana. En el 2004 dos grandes tormentas provocaron inundaciones y deslaves que mataron a miles de personas en la ciudad norteña de Gonaïves y en comunidades rurales cerca de la frontera con la República Dominicana.
Para que Haití logre romper el círculo vicioso de degradación ambiental y desastres naturales, las cosas deben cambiar en las altas cuencas, en lugares como Furcy, donde el párroco Jean-Yves Urfie lleva tiempo promoviendo la reforestación. El padre Urfie, un veterano miembro de la congregación del Espíritu Santo, es el director del colegio católico local. El religioso se acercó al FAES para proponer la creación de un vivero que sería operado por los estudiantes. Luego de analizar el proyecto, el fondo decidió financiarlo e involucrar además al colegio metodista y a la escuela pública de Furcy. Hay un elemento de competencia en el proyecto, dado que las escuelas compiten por premios al mejor vivero. El padre Urfie, a quien le gusta competir, asegura que no hay ninguna rivalidad entre las distintas denominaciones. "La reforestación no es una cuestión religiosa. Es algo que tiene que hacer todo el mundo", afirma.
El proyecto requirió crear conciencia en la comunidad acerca del impacto de la deforestación. Se hizo un sondeo entre los participantes para ver cuáles especies preferían cultivar y se compraron los materiales para formar los viveros. Mediante asistencia técnica se entrenaron a los capacitadores para los niños. El costo total del proyecto ascendió a menos de 40.000 dólares, la mayoría de los cuales provinieron del programa de desarrollo local administrado por el FAES y financiado por el BID. Desde el 2004 este programa de 65 millones de dólares ha apoyado a cientos de proyectos de pequeña escala escogidos por comunidades, tales como la reconstrucción de escuelas y postas sanitarias, la instalación de sistemas de agua potable, la rehabilitación de mercados públicos o la reparación de caminos rurales.
La reforestación no es un concepto nuevo en Haití y Furcy no es el primer lugar en donde se intenta. Los fracasos han creado desconfianza en las comunidades rurales hacia los extraños que llegan con proyectos, señala Heurtelou. “Los campesinos han visto muchas iniciativas que llegan y no dejan nada. Por eso adoptan una actitud escéptica hasta ver que uno cumple lo que dijo que iba a hacer”, agrega.
Grandin: “No se puede llegar y plantar árboles a donde a uno le parece que hacen falta porque los dueños pueden poner a sus cabras a comerse los plantones".Además de conseguir el apoyo de la comunidad, el proyecto tiene que ganarse la buena voluntad de cada campesino. “No se puede llegar y plantar árboles a donde a uno le parece que hacen falta porque los dueños pueden poner a sus cabras a comerse los arbolitos”, dice Gerard Grandin, un joven agrónomo francés que trabaja como voluntario para el padre Urfie. “Así que tratamos de persuadir a la gente de que los árboles son como un banco. Si plantan frutales pueden vender la fruta. Otras especies proveen sombra para cultivar café u hojas para hacer abono y, eventualmente, madera”, dice Grandin. A lo cual Heurtelou añade: “si un proyecto ambiental no genera ingresos para la población local, no tendrá éxito”.
Los árboles tardan años en crecer, pero hay indicios auspiciosos, si bien indirectos, de que la reforestación está echando raíz en Furcy. Según Grandin, a veces por las noches desaparecen misteriosamente algunos pequeños árboles de los viveros. “Esa es una buena señal, porque quiere decir que la gente realmente quiere esos árboles. Puede estar seguro de que van a ser plantados y cuidados”.