De lejos, parecía absurdo observar a Carolyn Rodrigues reclamar acaloradamente a un musculoso individuo de seis pies de altura que trabaja como coordinador del Comité de Desarrollo Comunitario de Kumaka, una ciudad comercial al borde de un río en las tierras sofocantes del interior, al norte de Guyana.
Y es que Rodrigues mide tan sólo cinco pies. Pero aquella tarde de agobiante calor estaba furiosa. Había tardado varias horas en llegar a Kumaka por barco con el fin de inspeccionar la construcción de unos servicios sanitarios, ocho retretes y dos duchas. El coordinador había llegado con 20 minutos de retraso. Peor aún, aunque los servicios llevaban terminados ya varias semanas, el pasillo de cemento que los comunicaría con el mercado del pueblo estaba sin terminar. Sin ese corredor, los compradores del mercado tenían que atravesar un trecho de tierra que se convierte en barrizal cada vez que llueve, lo que ocurre con bastante frecuencia. Se suponía que la comunidad iba a facilitar la arena, la gravilla y los maderos para el pasillo, y el coordinador había prometido esos materiales hacía tres semanas.
“¿Cuándo va usted a terminar este proyecto?”, le espetó Rodrigues al verlo aparecer. “¡Están ustedes tardando demasiado!”.
El coordinador se quejó de que el resto de los miembros del comité no lo estaban ayudando. “Esperan que lo haga yo todo”, dijo. Rodrigues no se calmaba. “Por lo que a mí respecta, lo achaco a su negligencia”, le dijo. “Se supone que la gente le sigue a usted. Si usted no es un buen líder, tendrá que dejarlo y permitir que otra persona lo lleve”.
El coordinador añadió que las autoridades regionales, que le habían prometido un tractor para transportar la arena y la gravilla, no cumplieron con su palabra.
Rodrigues no se aplacaba. “Si ésta es la manera en que el grupo quiere comportarse”, dijo, “entonces tendrán ustedes que pagar las consecuencias. No volveremos a hacer otro proyecto con su comunidad a no ser que ustedes nos demuestren que están capacitados para este trabajo. Este grupo no se está esforzando. Quiero que los materiales estén aquí el martes”. Dos días más tarde, la arena, la gravilla y los maderos habían llegado al lugar. Poco después el pasillo estaba terminado y los servicios, que reemplazaban a ocho letrinas ruinosas, fueron inaugurados por un costo total de $22.000.
Carolyn Rodrigues —una amerindia (nombre de los indígenas de América) de 28 años, ama de casa, estudiante universitaria, madre de dos hijos y recien nombrada para dirigir el ministerio de Guyana encargado de los asuntos amerindios— había presionado, amenazado, persuadido y animado a otra comunidad amerindia para que completara un proyecto financiado por el Programa de Mitigación del Impacto Social de Guyana (SIMAP), una de las más exitosas iniciativas realizadas por el BID en este país sudamericano.
“Muchas veces tienes que hablar con firmeza”, dice Rodrigues. “Pero como mujer no puedes ser demasiado dura en el trato con estos hombres grandes y fuertes. Les tienes que hacer ver que tienen la responsabilidad de informarnos”. En una comunidad la empezaron a llamar “La Dama de Hierro – La mujer que es como un hombre”, explicaba, después de que aclarara algunas irregularidades en un proyecto. En otra población la llamaban “La mujer blanca” por su manera tan directa de expresarse, que contrasta con la usual timidez de las mujeres amerindias.
“Hay que estar siempre en estado de alerta”, dijo su jefe, Harry Nawbatt, director ejecutivo de SIMAP. “¡Se lo aseguro! Tiene que ser diplomático. Carolyn es todo lo dura que hace falta, pero cuando las circunstancias lo requieren también puede ser flexible”.
Durante los cinco años que ha actuado como coordinadora del programa de SIMAP para las comunidades amerindias, Rodrigues y su equipo han ayudado a unas 60 comunidades en zonas remotas del interior a ejecutar una gran variedad de proyectos. La mayoría tiene servicios de construcción como escuelas, centros comunitarios y de salud, guarderías infantiles, centros de infancia, dormitorios para estudiantes de secundaria, pequeños sistemas de suministro de agua, servicios sanitarios públicos, carreteras y puentes. Pero el programa ha financiado también actividades de capacitación, proyectos productivos como costura o carpintería, y hasta un servicio de taxi acuático para los niños que viven en las remotas riberas de los ríos.
Pequeños y aislados. Los proyectos han beneficiado directamente a casi la mitad de los habitantes amerindios del país. Es un logro increíble considerando que la mayoría de las comunidades son sólo accesibles por avioneta o barco y tienen muy malas comunicaciones. Además, la mayor parte de los materiales de construcción para los proyectos que Rodrigues supervisa tienen que llegar por aire o barco desde Georgetown, la capital, a un costo considerable. Y lo más increíble de todo es que Rodrigues es una mujer que suele viajar sola.
Ella atribuye a su jefe, Nawbatt, gran parte del éxito del programa. “La mayor parte de lo que yo he hecho aquí en SIMAP se lo debo al ánimo que él me ha proporcionado”, dice. “Siempre está dispuesto a recibirme, incluso los fines de semana. Es como un amigo”. Nawbatt es un hombre conocido por su facilidad de palabra y sus dotes de comunicador. Está al frente de SIMAP desde 1996 y mucha gente en Guyana le reconoce sus méritos, no sólo por sus éxitos en la agencia, sino por haberse convertido en un personaje conocido en todo el país.
Del millón de habitantes que forma la población total de Guyana, sólo 60.000 pertenecen a la comunidad amerindia. La mayoría de las familias vive de la agricultura y la pesca de subsistencia en pequeñas comunidades ribereñas repartidas por los 200.000 kilómetros cuadrados del interior del país. Sin carreteras y con muy pocos caminos a disposición, la mayor parte de la gente sigue desplazándose en canoas hechas a mano, llamadas “coreals”, o barcas de fondo plano con pequeños motores fuera de borda. Aquí las oportunidades económicas y los servicios oficiales (exceptuando las escuelas) son mínimos, y muchos hombres dejan su hogar para ir a trabajar por 45 dólares al mes en minas de oro y diamantes de pequeña escala, en las áreas más remotas del país.
Rodrigues creció en Moruca, una comunidad donde la gente todavía duerme bajo mosquiteras. Es hija de un maestro de escuela medio portugués y de madre amerindia con algo de sangre china. Sus padres viven todavía en una casa sin electricidad. Abandonó Moruca cuando era adolescente para ir a la escuela secundaria en Georgetown donde vivió en una pensión barata y se mantuvo trabajando en una serrería. Una vez graduada, consiguió una beca para amerindios que le permitió estudiar en Canadá durante un año. A su regreso, la serrería le dobló el sueldo. Pero las condiciones de su beca en Canadá le exigían dedicarse a trabajar para las comunidades amerindias. Poco después, encontró trabajo en SIMAP con un sueldo un 65 por ciento más bajo.
El hecho de ser amerindia ofreció una gran ventaja a Rodrigues. “Es como nosotros”, comentó Rufino, un funcionario de desarrollo comunitario de SIMAP de la zona de Moruca. “Ha vivido como nosotros. Nos comprende”.
“Los amerindios no se fían mucho de la gente de la costa debido a las muchas promesas que quedaron sin cumplir. Yo no prometo nada”, dijo Rodrigues.
La actitud correcta. Anne Deruyttere, jefa de la Unidad para Pueblos Indígenas y Desarrollo Comunitario del BID, asegura que esta forma de actuar ha dado muy buenos resultados al programa en Guyana. “El programa ha tenido un éxito tan alto gracias a esta metodología participativa que respeta las características culturales e institucionales de las comunidades indígenas”.
SIMAP fue creado en 1991 con una donación del BID de 2.8 millones de dólares destinados a financiar proyectos locales de infraestructura a pequeña escala para beneficiar a gentes de bajos ingresos y también facilitar créditos a corto plazo. Posteriormente, el BID ha facilitado 30.5 millones adicionales en créditos a bajo interés. En 1994, SIMAP lanzó un programa enfocado directamente a la población amerindia, un sector que tradicionalmente era ignorado por los programas oficiales a causa de la remota ubicación de sus comunidades y la dificultad de ofrecerles servicios. Fue uno de los primeros proyectos del BID que beneficiaba a la población indígena a nivel nacional.
Los términos del BID exigen que las comunidades mismas hagan las propuestas de proyecto, creen su propio comité de gerencia de proyecto, contribuyan con trabajo y/o materiales, supervisen la construcción y, más tarde, lleven el mantenimiento de los servicios. “Siempre estamos repitiendo a las comunidades que cuando el proyecto ha finalizado, es suyo, no del ministerio de Educación o del de Salud”, dijo Nawbatt. “Cuando la gente desarrolla un sentido de propiedad sobre un proyecto, lo cuidará, se asegurará de que nadie lo destroce y de esta manera se logra su mantenimiento”.
“Si tienes que contribuir y trabajar duro”, dice Rodrigues, “esto hará que cuides y mantengas ese producto por mucho tiempo”.
Todos los proyectos que aprueba SIMAP deben ir a la oficina del BID en Georgetown para conseguir la aprobación de “no objeción” del Banco. En una ocasión, el especialista sectorial del BID, Baudouin Duquesne, que se había involucrado mucho en los proyectos con amerindios, cuestionó la necesidad de construir servicios sanitarios públicos en Kumaka.
“Él no podía comprender la prioridad de los servicios sanitarios sobre servicios de agua para una comunidad”, recuerda Rodrigues. “Yo le expliqué que no vivimos allá y que eso es lo que deseaba la comunidad. Le dije que fuera y se cerciorara por sí mismo.
Fue, habló con ellos y aprobó el proyecto de inmediato. “Es un ejemplo típico de cómo los que estamos afuera vemos las cosas de muy distinta manera”.
En el argot de desarrollo, esta metodología se denomina “determinado por la demanda de las comunidades” y al proceso de involucrar a la comunidad local en la ejecución del proyecto se le llama “generación de capacidades”. John Renshaw es un antropólogo contratado por el SIMAP para evaluar el programa amerindio. En su informe aseguró que “generar capacidades es tan importante como los beneficios tangibles que puedan ofrecer escuelas renovadas, puestos de salud o centros comunitarios”. SIMAP consiguió que el gobierno guyanés relajara los requerimientos en las contrataciones para que se pudiera contratar a gente local y así potenciar sus habilidades al tiempo que el dinero se quedaba también dentro de la comunidad.
Rodrigues y su equipo manejan cerca de 40 proyectos al año, un número considerable si se tiene en cuenta el área que cubren. Tiene cuatro ingenieros para diseñar los proyectos y ayudar a supervisar la construcción (hasta hace poco tenía sólo dos), y una red de 17 funcionarios de desarrollo comunitario de SIMAP que también ayudan a monitorear los proyectos. Pero cualquier proyecto requiere por lo menos tres visitas de Carolyn Rodrigues, desde el esbozo hasta su fin. Como las comunidades se encuentran en lugares muy remotos y el transporte resulta tan complejo (muchas veces se requiere un vuelo, un trayecto en barco, otro por tierra, más otro por agua), normalmente Rodrigues visita varias comunidades a la vez en una área determinada. Un viaje típico la mantiene lejos de sus hijos por tres o cuatro días, y suele hacer unos 30 viajes al año. “Me encanta la naturaleza”, dice Nawbatt, que también viaja mucho. “Pero los viajes son muy cansados”.
Una pesadilla logística. Una vez se aprueba el proyecto y la comunidad selecciona a un contratista por medio de un sistema de competición, llevar los materiales al lugar de construcción puede resultar dificil. Casi todo debe ser enviado desde Georgetown, excepto la arena y la gravilla que se mezcla con el cemento y los maderos para dar forma. Pero los envíos rara vez se hacen de un punto determinado a otro, y Rodrigues es responsable de esos materiales hasta que la comunidad los recibe y registra su entrega.
“En una ocasión, enviamos cemento, barras de acero y clavos a Chenapow, que está a 36 millas (85 kilómetros) siguiendo el río desde las Cataratas Kaieteur”, recuerda Rodrigues. “Nadie lo había emprendido antes. No hay policía pero sí muchos bandidos, así que hay que actuar con cuidado. Alquilamos una avioneta Cessna un sábado. La comunidad envió a 12 hombres a descargar los materiales desde el lugar del aterrizaje hasta el río. Luego se tardó siete horas en llegar a Chenapow porque la barca iba cargada y éramos demasiados. Pero la compañía que alquiló el avión no me advirtió que llevábamos demasiada carga, de manera que dejaron las barras de acero en Georgetown. Yo tuve entonces que arreglármelas para enviar esas barras y no eran más que unas 200 libras de peso, no como para ocupar toda una avioneta. Así que tuve que buscar por la zona una forma alternativa para transportar la carga a su destino”. El alto costo de los vuelos chárter puede triplicar o cuadruplicar el costo de los materiales en un proyecto.
Rodrigues tiene también que pagar a contratistas y albañiles al contado, ya que no hay bancos en ninguna de las comunidades. “En una ocasión, no llegamos al pueblo hasta las nueve de la noche. No podía pagar a la gente hasta el día siguiente. Pero recuerde que yo sólo iba a estar dos días, y la gente sabe que llevo dinero para pagar a los trabajadores. Entonces llevaba conmigo más de 10.000 dólares, así que tuve que pasar la noche durmiendo en una hamaca con la bolsa de dinero encima. Daba miedo”.
Una James, la presidenta de la Asociación de Maestros Comunitarios de Waramuri, dice que Rodrigues se ha convertido en un modelo para los niños de su comunidad. “Nosotros en el interior somos tímidos. Siempre nos mantienen al margen de las decisiones. Carolyn se ha hecho valiente. ¡Por fin tenemos a alguien que nos represente! Les digo a mis niños: ‘Es por esta razón que la educación es tan importante’”.
“En Guyana a los amerindios se nos considera estúpidos”, comenta Rodrigues, “porque somos muy tranquilos. Pero la gente callada pasa menos tiempo hablando y puede pensar más. Una vez consigues que la gente tenga más confianza en sí misma, es sorprendente lo que se puede llegar a hacer. Les estas dando un tipo de poder. Nunca conoces el potencial que tiene la gente hasta que los pones a prueba. El mundo se está convirtiendo en una aldea y tenemos que ponernos al día”.