Cuando las deudas soberanas de Brasil y Perú fueron reclasificadas a niveles de inversión por agencias internacionales de clasificación de riesgos en el primer trimestre de 2008, las dos naciones entraron al club exclusivo de ganadores financieros cuyos otros dos miembros latinoamericanos eran México y Chile. La deuda de México fue reclasificada a nivel de inversión en 2000, mientras Chile consiguió aquel estado en 1992.
Un denominador común de los políticos en estos cuatro países fue el esfuerzo sostenido para diversificar la estructura de su deuda pública y convertir una mayor parte de ella en monedas nacionales en lugar de dólares americanos. La clasificación de deuda a nivel de inversión internacional es deseada porque esto ayuda a reducir tasas de interés y atraer a inversionistas, contribuyendo así al crecimiento y estabilidad económica.
A medida que las calificaciones de deuda de otros países se acercan al grado de inversión, la moneda nacional ha asumido constantemente una mayor parte en su estructura de deuda mientras el componente monetario extranjero ha caído simultáneamente. Según un estudio por el Departamento de Investigación de BID, la composición de moneda extranjera de la deuda pública de las siete economías más grandes de América Latina cayó del 65 por ciento en 1998 al 38 por ciento en 2007.
La preocupación por lo que es una ganga hoy – dólares relativamente baratos – podría convertirse prohibitivamente caro en el futuro, destaca el papel creciente de la moneda local en la composición de la deuda. La conversión de más deuda en moneda nacional sirve de protección para prevenir descalces monetarios y una repetición de las crisis financieras que golpearon a muchas economías emergentes durante los años 80 y 90. Los países que asumieron una deuda pesada en dólares cuando el dólar estaba barato se vieron obligados a entrar en una crisis financiera más adelante cuando fueron obligados a devaluar debido a presiones del mercado de capital.
La estrategia de protección sobrevivió su primera prueba del siglo XXI. Durante la crisis hipotecaria reciente en Estados Unidos y la restante tensión financiera, los sistemas financieros de América Latina demostraron ser sorprendentemente resistentes y surgieron intactos, favorecidos por un contexto de liquidez internacional. En décadas pasadas, una crisis financiera de aquella magnitud en los Estados Unidos podría haber producido reversiones económicas severas en todo el hemisferio.
Las agencias internacionales de clasificación de riesgos ofrecen incentivos concretos para que los países mantengan una estructura de deuda bien protegida. Ellos ven un componente monetario local fuerte en la deuda pública como una de muchas señales de estabilidad monetaria y un mejor clima de inversión nacional.
Las clasificaciones de deuda van en aumento
Un país que maneja responsablemente una carga de deudas puede esperar que su clasificación de inversión "suba uno o dos peldaños" si la proporción de moneda local en su estructura de deuda crece considerablemente, según Samuel Fox, director principal de Fitch ratings. "Este es una tendencia general, no una regla categórica", agrega. Si una compañía multinacional en Brasil recibe ingresos en dólares, "entonces no nos importa si su deuda está en dólares. Miramos el tamaño relativo de la deuda".
Juan P. de Mollein, director general de Finanzas Estructuradas para América Latina/Mercados Emergentes en Standard & Poor’s, indica que “las oportunidades financieras en moneda local no sólo expanden las oportunidades para las firmas, sino que a largo plazo también puede reducir el costo de hacer negocio”.
Claudia Calich, a cargo de una cartera de inversiones en Invesco de Nueva York, dice que una economía emergente que resiste la tentación de endeudarse excesivamente en dólares cuando el dólar está barato, tiene mejor posibilidad de ser más resistente contra estadillos de los ciclos económicos. Un crecimiento lento y estable es mejor para un país que la volatilidad, añade, y “al final del día, lo que es bueno para el país, es bueno para los inversionistas”.
¿Qué proporción de una deuda pública debería estar en moneda nacional a diferencia de dólares u otra moneda extranjera? He aquí donde los gerentes de deudas difieren.
En Perú, donde tanto el dólar como la moneda nacional circulan libremente, la estrategia del gobierno es traspasar gradualmente más deuda en moneda nacional – una estrategia que dio resultado en abril de 2008 cuando Fitch Rating premió la deuda peruana con el grado de inversión. La composición de la deuda peruana cambió de 6.3 por ciento en moneda local en 2000 a más del 36 por ciento en 2008. Al mismo tiempo, la moneda nacional llamada Sol, se fortaleció en el sistema bancario, según Fernando Vasquez, subgerente de política económica del Banco Central de Reserva del Perú. En 2000 el dólar abarcó el 70 por ciento de la liquidez monetaria del país, mientras que en 2008 abarcó el 40 por ciento, añade Vasquez.
En Brasil, la moneda nacional comprendía aproximadamente el 92 por ciento de la deuda soberana del país en 2008 comparado con el 60 por ciento en 2000. El gobierno está cómodo con la composición de deuda actual, que tomó décadas de esfuerzo y experiencia política para lograrlo, dice Otavio Ladeira de Medeiros, director de la Planificación de Deuda Pública Estratégica en el Tesoro Nacional de Brasil. Agrega que los políticos necesitan “entender la deuda y su relación con los activos y pasivos, ingresos y gastos”. Es también importante “moverse en dirección de la previsibilidad” y convencer a los inversionistas nacionales e internacionales “de creer en nuestras monedas”.
Resistencia a la dolarización
Las instituciones multilaterales, como el BID y el Banco Mundial, promueven a los países latinoamericanos a estructurar sus deudas públicas con una mayor proporción de moneda local. Como parte de esta política, estas instituciones iniciaron en años recientes a emitir bonos en monedas latinoamericanas y ofrecer financiación en moneda local bajo ciertas condiciones.
Alejandro Izquierdo, economista del BID, subraya que los gerentes de deuda latinoamericanos tuvieron éxito en cambiar agresivamente la composición monetaria de sus deudas. Sin embargo, él advierte en caer en la complacencia porque este cambio en la composición monetaria se dio bajo un contexto de expectativas alrededor de la apreciación monetaria que hizo más fácil la reestructuración. Sin embargo, aquellas expectativas pueden variar y esto afectaría la voluntad de los inversionistas de mantener valores en moneda local. El economista subrayó que en 1993 sólo 5 por ciento de la deuda de México estaba indexada en moneda extranjera en vísperas de una crisis financiera. Una vez que el sistema financiero nacional experimentó un choque, los inversionistas exigieron que los aplazamientos de deuda fueran denominados en dólares. Dentro de un año después de la crisis, la composición de moneda extranjera de México aumentó a un 67 por ciento. Después de varios años de recuperación financiera, la estructura de deuda fue transformada otra vez. Ahora más del 80 por ciento de la deuda de México está en moneda local.
La lección de la crisis mejicana de 1994, dice Izquierdo, es que los gerentes de deuda de América Latina no deben sólo aumentar agresivamente la presencia de moneda nacional en la estructura de deuda pública, sino que también deben “estar preparados para encarar una tendencia hacia la dolarización en tiempos malos”.
Para ayudar a consolidar estructuras de deuda pública más fuertes y resistentes, los especialistas de deuda de las 26 naciones en América Latina y el Caribe lanzaron el Grupo de Deuda LAC en 2005 para intercambiar ideas y experiencias, además de fortalecer las finanzas nacionales. El BID sirve como el secretario ejecutivo del aquel grupo.