Está probado que uno de los motores de crecimiento de las economías es el dinamismo empresarial. Para los países en desarrollo, la creación de nuevas empresas resulta especialmente beneficiosa: genera empleo, amplia los horizontes del mercado, aumenta la producción de bienes y servicios y siembra un dinamismo contagioso.
Pero ¿Cuál es el resorte que lanza un nuevo empresario al mercado? ¿Qué le motiva? ¿La ambición de dinero o de poder, el sueño de realizarse, el ejemplo de un empresario exitoso, el apoyo de un banco, los ahorros familiares, la obtención de una maestría?
En Japón, el miedo al fracaso paraliza al potencial empresario por temor a perder la casa, la mujer y los hijos, debido a las altas exigencias de garantías colaterales que le exige el banco. Y lo que es peor, si falla su negocio, entierra su reputación con él de por vida. En Corea, por el contrario, la intervención de un empresario exitoso en un programa de televisión puede motivar a un gran número de jóvenes a emprender negocios. En América Latina, muchos nuevos empresarios se lanzan a los negocios sin preparación y sin plan. Algunos consideran esto último una gran ventaja porque, de conocer los riesgos de antemano, muchos quizás se abstendrían.
Si tener una cantera empresarial nutrida y vigorosa es de vital interés para las economías de los países en desarrollo, seguro que sus gobiernos estarían encantados de conocer algunas medidas con que incentivar a los nuevos empresarios y eliminar los obstáculos que se interponen en su camino hacia el éxito.
Contrastes. Un reciente estudio realizado por el BID, con el apoyo del gobierno de Japón, comparó las experiencias de las nuevas empresas en las economías emergentes del Este de Asia y de América Latina (vea enlace a la derecha sobre Empresarialidad en economías emergentes: Creación y desarrollo de nuevas empresas en América Latina y el Este de Asia).
En rasgos generales, y admitiendo que los especialistas adelantan que se trata de dos procesos económicos en fases diferentes en cada una de las regiones, los perfiles de los nuevos empresarios y de las nuevas empresas del Este Asia y de América Latina presentan algunas diferencias sustanciosas.
En el Este de Asia, las empresas crecen más y con mayor rapidez y alcanzan mayores escalas productivas, hacen un uso más intensivo de las tecnologías de conocimiento y su expansión es más robusta, llegando con mayor fuerza a los mercados de exportación. Los empresarios son gentes de clase media o baja; su motivación es muy fuerte, basada muchas veces en el modelo de un empresario exitoso; y el sistema de apoyo a su financiación es sólido y estructurado, tanto desde el sector público como desde el privado.
Las nuevas empresas latinoamericanas son generalmente pequeñas, su crecimiento más lento y su producción son bienes y servicios más convencionales que comercializan fundamentalmente en el interior de su país. El origen social del empresario latinoamericano suele ser de clase media o alta; los éxitos empresariales se publicitan menos; la aportación financiera de la familia y de los amigos es crucial para el lanzamiento de la empresa y las intervenciones externas, sobre todo desde el sector público, más bien podrían calificarse de trabas que se interponen en su camino y retrasan inútilmente su trabajo.
Salta a la vista que los nuevos empresarios latinoamericanos lo tienen bastante más difícil que los del Este de Asia, por falta de motivación, de estímulo y de apoyo al inicio y durante los primeros años del negocio.
Más fácil para algunos. El estudio —basado en cerca de 1.300 entrevistas personales en nueve países de las dos regiones— analiza tres etapas críticas en la creación de nuevas empresas: la gestación de la idea de empresa, la puesta en marcha y el desarrollo inicial.
La lentitud del proceso latinoamericano de creación de empresas se refleja desde que la idea de un negocio revolotea por la mente del empresario: identificar una oportunidad le lleva una media de entre cuatro y cinco años. Sus homólogos del Este de Asia requieren entre dos y tres años. Una posible razón: los contactos personales y profesionales de los futuros empresarios. En ambas regiones son importantes las redes familiares y de amigos pero en el Este de Asia los contactos con redes empresariales son mucho más fuertes y decisivos, sobre todo en el período de gestación de la idea, cuando resultan cruciales la información y consejos de empresas establecidas, o de la especialidad que los futuros empresarios piensan como posible negocio.
La fuente de oportunidades para negocios es asimismo mayor en el caso de los empresarios del Este de Asia, con una amplia incidencia en el área de las nuevas tecnologías o en la oferta de sus servicios a empresas mayores que terciarizan o subcontratan parte de su producción o servicios, algo que ocurre con mucho menos frecuencia en América Latina.
Un camino desigual. Las motivaciones iniciales son bastante parecidas en ambas regiones. Van más del lado de la realización personal que de la ambición económica, aunque en el subconsciente de los asiáticos está siempre la imagen del empresario millonario. Por desgracia, el sistema educativo no parece jugar un papel importante para el estímulo empresarial de latinoamericanos o asiáticos. Unos y otros señalan, sin embargo, que la experiencia laboral previa les sirvió para acumular recursos no financieros, como información o material de equipamiento.
Aunque los ahorros personales representan la parte principal de la inversión de la mayoría de los nuevos empresarios —un 70 por ciento— los asiáticos tienen un acceso más fácil al financiamiento externo, algo que en América Latina es prácticamente inexistente. Los latinoamericanos buscan alternativas a esta carencia con el crédito de proveedores, los adelantos de clientes, el retraso en el pago de servicios públicos, impuestos y salarios, y la compra de maquinaria de segunda mano.
Durante la etapa de desarrollo inicial, la trayectoria de las inversiones financieras va por distintos caminos en las dos regiones. Mientras los empresarios del Este de Asia recurren cada vez más a los créditos bancarios y a los inversionistas privados, en América Latina esa tendencia, de existir, va en disminución. En esta fase, una de las principales preocupaciones de los empresarios latinoamericanos es lograr un flujo de caja equilibrado, ampliar la clientela y contratar personal calificado. Los asiáticos por su parte encuentran dificultades para contratar equipo gerencial y para su manejo de relación con las grandes empresas.
Las firmas asiáticas tienen mayores ventas desde el primer año, facturan en promedio el doble que las latinoamericanas. Después de tres años la diferencia aumenta: los asiáticos venden cinco veces más, llegan a facturar una media de dos millones de dólares al año, un volumen que muy pocas de las empresas latinoamericanas contactadas llegan a alcanzar.
Por dónde empezar. Los especialistas coinciden en que las intervenciones aisladas y desarticuladas no dan resultados duraderos. Para revitalizar al empresariado de un país recomiendan atacar esta cuestión desde diversos sectores con una estrategia integrada. Se requiere de iniciativas con visión y compromiso político, económico y social de largo plazo ya que el proceso de inspirar cambios de mentalidad, forjar a un nuevo estamento empresario, y favorecer la creación de empresas, es un proceso de bastantes años.
La difusión de empresarios modelo de éxito inspiraría a muchos jóvenes a emular su ejemplo, como está ocurriendo en el Este de Asia con tan buenos resultados. La carrera empresarial tampoco figura hoy entre las opciones profesionales más atractivas en las mentes de muchos jóvenes, una situación que se podría mejorar, sugiere el estudio, con campañas de comunicación y de información. La falta de inspiración y formación adecuada a los empresarios son carencias del sistema de enseñanza —escuelas secundarias, universidades e institutos vocacionales— cuyos planes de estudios se basan en cursos tradicionales de planificación, contabilidad y similares. Se sugiere un cambio innovador que fomente habilidades propias de los empresarios exitosos, como la capacidad analítica, la creatividad para resolver problemas y gestionar riesgos, y cómo trabajar en equipo.
La interacción entre empresarios es otro de los puntos débiles de América Latina. Las redes de personas interesadas en un mismo tema y los foros y clubes de empresarios ayudarían a los nuevos y futuros empresarios a pensar estratégicamente, refinar el concepto de negocio y acceder a recursos y a contactos.
Los empresarios latinoamericanos se quejan de los problemas que enfrentan para obtener financiamiento ya que en esta región la mayor parte de los recursos se canalizan a las empresas establecidas y el capital de riesgo para nuevas aventuras comerciales es prácticamente inexistente. Como medio para reducir estas dificultades, se apuntan acciones como incentivos fiscales, la creación de redes de inversionistas privados no formales, una reducción en los costos de quiebra y de tramitaciones burocráticas o la adopción de sistemas de garantías que permita a las nuevas firmas acceder al mercado de capitales.
El objetivo de los países latinoamericanos sería ayudar a promover un tipo ideal de emprendedor: inspirado por ejemplos exitosos, innovador, bien informado, conectado con otros empresarios y partidario del trabajo en equipo. En lugar de considerarlo un elemento de alto riesgo, los sistemas públicos y privados tendrían que contemplar al futuro empresario como una de las inversiones más rentables en el camino de su país hacia el progreso.