BIONDA JOOP no puede ocultar su felicidad. Frente a la cámara, los nervios la traicionan, e intenta ocultar ligeramente su rostro con sus manos. Finalmente estalla en risas de la emoción al contar cómo ha cambiado su vida desde que la electricidad llegó para quedarse.
Joop prepara y vende galletas en Pokigron, una comunidad de 600 habitantes, descendientes de africanos conocidos como Maroons. En esta zona, ubicada a unas tres horas de Paramaribo, capital de Surinam, solo se contaba con energía eléctrica por un máximo de seis horas al día, desde las cinco de la tarde a las 11 de la noche. La fuente eran pequeños generadores de diésel, suministrados de forma irregular debido a la dificultad para hacer llegar el combustible, por barco o avión. Era un servicio intermitente, de baja calidad y contaminante, que generaba un humo dañino para la salud.
Todo cambió en Pokigron con la instalación de la planta solar, que ahora provee energía de forma limpia y continua para sus habitantes.
El impacto puede medirse en la sonrisa de Joop. Un servicio de 24 horas de electricidad, algo que muchas zonas urbanas dan por sentado, transformó su vida y su negocio: sus manos habían sido hasta entonces su único medio para mezclar la masa. “Ahora que tengo electricidad, puedo usar una batidora. Esto ha incrementado los pedidos, así como mis ingresos”, explica. El acceso energético se tradujo en mejores perspectivas laborales, una fuente de desarrollo para su comunidad que refleja una oportunidad para la región.
“Llevar electricidad a las comunidades en zonas aisladas va más allá de instalar paneles o torres eléctricas. El acceso a la electricidad en las comunidades promueve el desarrollo productivo y social de sus habitantes. Eso fue lo que percibimos en Surinam. Pequeños negocios comenzaron a establecerse y otros crecieron”, asegura Jordi Abadal, consultor en el sector de Energía del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Surinam.
El liderazgo de la “Capitana”: Energía con empoderamiento femenino
Como Pokigron, existen otras 130 poblaciones aisladas y remotas del interior del país, donde el sistema nacional de energía no llegaba a ningún cliente.
Para solventarlo, el BID ha estado apoyando a Surinam para lograr la sostenibilidad del sector eléctrico mediante el fortalecimiento de la compañía eléctrica estatal y un proceso de electrificación rural. Con financiamiento del Banco, se ha expandido el acceso a este servicio mediante la instalación de nuevas líneas de transmisión, redes de distribución y mini redes solares. El resultado ha permitido que, por primera vez, pueda contarse el día entero con un servicio de energía limpia en comunidades como Pokigron, Atjoni o Powakka.
Ante este cambio, las mujeres pueden ser las mayores beneficiarias. Ellas son las más afectadas por el atraso energético.
En América Latina y el Caribe las consecuencias de la brecha en el acceso a fuentes de energía moderna recae en mayor medida en las mujeres, debido a los roles tradicionales de género.
“Cuando no existen fuentes de energía moderna, las mujeres y los niños sufren las peores consecuencias, porque ellos son los que, en la mayoría de los países, deben invertir gran cantidad de horas al día para buscar leña, ya que cocinan con fogón abierto. Esto limita su tiempo para estudiar, recrearse o realizar actividades que les generen ingresos. Adicionalmente, están expuestos al humo de las cocinas en la casa, lo que afecta su salud y los hace vulnerables a enfermedades respiratorias, irritación de los ojos y la garganta o dolores de cabeza”, explica Virginia Snyder, especialista de Energía del BID.
Por eso no es de sorprender el rol esencial que las mujeres han desempeñado en el éxito de los programas de electrificación en Surinam. Este liderazgo lo encarna Muriel Fernández, oriunda de la comunidad de Cassipora, ubicada a dos horas de la capital, cruzando el río Surinam. Hoy, reconocida como la “Capitana”, fue quien lideró las discusiones entre la población de Cassiropa y la empresa eléctrica estatal (EBS), garantizando el empoderamiento de los habitantes de la zona durante el proceso, así como la búsqueda de soluciones para ayudar a sus vecinos a cumplir con los requisitos para la instalación eléctrica.
Gracias a su “Capitana”, Cassipora fue una de las primeras aldeas en la zona con pleno acceso a un servicio esencial, y a los beneficios que brinda. Muriel y Bionda son solo ejemplos de los beneficios y oportunidades que el acceso a energía moderna puede traer a las mujeres, sus familias y comunidades.
Entre 2000 y 2010, el crecimiento de ingresos de las mujeres en América Latina y el Caribe contribuyó a la reducción de la pobreza extrema. Así, el acceso a energía puede incidir en cambios educativos, sociales, culturales y económicos. Las mujeres son importantes actores de cambio y al considerarlas en el diseño de políticas, programas y proyectos de energía puede llevar a importantes transformaciones.
“Proveer servicio eléctrico a zonas aisladas es reducir la vulnerabilidad económica de las familias de menores ingresos. Estos proyectos no solo alumbran una comunidad, desarrollan su identidad y resiliencia con cada familia que mejora sus oportunidades de ingreso”, dice Ariel Yépez, jefe de la División de Energía del BID.
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